viernes, 18 de octubre de 2013

6. Cuerpo salvaje. Parte 2.

A la mañana siguiente, Reige ya confió lo suficiente en sí mismo como para poder caminar él solito durante el resto del camino que nos llevaría hasta el hospital.
Unas cuatro horas después del amanecer, por fin llegamos a la carretera donde puse en marcha mi huida. De eso hace ya cuatro días.
Cuatro días fuera del hospital y lo único que he tenido para mí ha sido una noche a solas en la que estaba demasiado cansada como para poner en orden mis pensamientos y prioridades.
Al llegar a la carretera, Reige se paró, miró a ambos lados de la carretera, como esperando a que, de la nada, apareciese un coche que nos viniese a buscar. Me planté a su lado, pensando todavía en cómo haremos para poder colarnos en el hospital sin que nos pillen, coger el material médico que necesitemos para poder curarle la herida de bala y después, poder llegar hasta 14 -todavía me cuesta pensar en el como Kellan- y Matthew. Y de ser posible, llevárnoslos con nosotros de vuelta al bosque.
Salvo por el pequeño detalle de no saber que vamos a hacer después de todo esto, el plan está en marcha y parece que Reige está conmigo al cien por cien. De lo contrario no me habría ayudado a escapar, ¿no? O al menos eso es lo que me gusta pensar. En este mundo tan desprovisto de humanidad ya me cuesta confiar en nadie, a pesar de que tenga la prueba justo delante.
- ¿Hacia dónde? -Reige me estaba mirando fijamente, esperando mi respuesta. Debía de estar divagando sin prestarle atención, se le ansioso.
- ¿Perdón? -Se que me había perdido parte de la conversación pero no quiero que él también lo sepa.
Sin embargo, se limitó a sonreír.
- ¿Hacia dónde vamos para llegar al hospital? -Repitió con una sonrisa.
-Por ahí -señalé hacia la derecha de la carretera, de vuelta a la civilización.
Estaríamos en un par de horas en la puerta del hospital si tuviéramos un vehículo disponible, pero lo habíamos tenido que dejar atrás para despistar a la resistencia. Además, nos sería poco útil que el cuerpo de seguridad del hospital nos viera si lo que pretendíamos era que nuestra entrada fuese lo más silenciosa posible.
Empezamos a bajar por la carretera en dirección al sur. Puede que si íbamos a buen ritmo, llegásemos antes del anochecer, pero tampoco quería adelantarme.
- ¿A qué te dedicabas antes de la invasión? -Reige habló de repente, tomándome por sorpresa.
- Tenía dieciséis años cuando empezó la Invasión, Reige -respondí-. No creo que me dedicase a nada en ese momento.
-Vale, fallo mío -suspiró-. Corrijo, ¿Qué estabas haciendo?
-Estaba de vacaciones con mi familia en la casa del lago. -Terminé por decir. No me gustaba contar mi vida a nadie ya antes de la Invasión, ahora menos. Pero, por lo visto, iba a pasar mucho tiempo con Reige, ninguno de los dos sobreviviría ahora mismo mucho tiempo sin el otro. Él estaba herido, y yo no tenía que limitarme a esconderme de los invasores, sino huir, ya que era una de sus grandes experimentos, además de añadir ahora a la resistencia a la ecuación- Estaba enfadada con mi padre por obligarme a ir, ya que me habían invitado a ir a esquiar a los pirineos españoles. Pero tuve que ir con ellos.
-Fue ahí donde os pilló la invasión, ¿no? -Reige se había acercado a mí según iba contando, a pesar de que lo que había dicho no tenía nada de interesante.
-Sí, fue allí -suspiré-. Mi hermano mayor y yo nos estábamos dando un baño en el lago mientras mi padre preparaba la comida. De repente, empezamos a escuchar como el aire empezó a vibrar y empezaron a caer las naves a toda velocidad, por todas partes.
>>Ayudé a mi hermano a salir del agua mientras mi padre nos gritaba que no, que nos escondiésemos debajo del muelle del embarcadero, donde estaríamos a salvo si algo venía por tierra, claro que también habrían podido venir por el agua.
Arrastré a mi hermano de vuelta al agua y nos escondimos debajo del muelle, no pasaron ni cinco minutos cuando nuestro padre llegó a donde estábamos nosotros y nos dio las llaves de su furgoneta.
No entendí lo que significaba ese gesto hasta que llegamos a la furgoneta y pude ver por el retrovisor como mi padre se pegaba un tiro después de que los invasores lo rodearan.
Tomé aire. Nunca había contado esto a nadie y que el primero fuese prácticamente un desconocido parecía haber ayudado a ello.
Me giré a ver la reacción de Reige. Su boca, abierta, era lo que me esperaba.

miércoles, 16 de octubre de 2013

6. Cuerpo salvaje. Parte 1

A Reige no le hizo mucha gracia mi comentario.
-Ni de coña -se limitó a repetir, una y otra vez-. Lo paso bastante mal cada vez que tengo que infiltrarme en ese maldito hospital como para ahora pedirle que me curen la herida y dejar que me atrapen.
Negué con la cabeza.
-Nadie ha dicho que nos vayamos a entregar.
Hizo una mueca de dolor cuando por fin terminé de limpiarle la herida. Esta vez, saqué una camisa de repuesto de la maleta (aunque más bien se parece a la mochila de un montañero) y conseguí utilizarla a modo de vende, enrollando el cuello de Reige con ella.
-Asumámoslo, no vamos a poder infiltrarnos en ese hospital el tiempo suficiente como para poder coger todo lo que necesitamos, coserme la herida y salir.
-Tu ya has entrado, varias veces, y has conseguido volver a salir -se le escapó un gruñido cuando tiré para asegurar bien el vendaje, ya oscureciéndose por culpa de la sangre.
Reige negó con la cabeza.
-Me infiltraba a través del sistema de ventilación hasta llegar a la habitación de nuestro contacto dentro del hospital, no para pasear por el toda la planta -terminado ya el vendaje, se recostó en su saco de dormir, dejándome un poco de lado, por lo que yo también tuve que echarme para seguir con la conversación.
- ¿Quién es vuestro contacto en el hospital? -Apoyé la cabeza en el brazo y luchando contra el cansancio para poder escuchar su respuesta.
-Se llama Kellan -fruncí el ceño. Yo no conocía nadie con ese nombre, pero estaba claro que debía ser 14, ojala hubiese prestado más atención en ese juego para descubrir nuestros nombres, así podría estar segura de que era a él a quien se refería. Reige se dio cuenta de mi ceño fruncido y de lo que eso significaba-. Es un amigo tuyo. Pelo castaño claro, con ojos grises -al ver que seguía intentando imaginarlo, suspiró-. Tiene la cicatriz de una cuerda alrededor del cuello.
Resoplé, Joder, era 14, de verdad era 14.
-No sabía que se llamaba Kellan -esta vez le tocó a Reige fruncir el ceño, como él mismo había dicho, 14, es decir, Kellan, era mi amigo durante mi estancia de cinco años en el hospital-. Allí solo nos conocíamos por nuestro orden de llegada al hospital después de la Invasión. -Tomé aire. No había pensado en lo difícil que sería contar esto llegado el momento, pero no podía parar ahora-. Yo, por ejemplo, soy el experimento 26, porque llegué mucho después de Kellan, que es el experimento 14. En realidad, esos números nos los asignaban los Invasores al llegar al hospital.
Paré, lo próximo era demasiado personal, a pesar de que Reige pudiese verlo como una tontería. Pero para mi sorpresa, lo adivinó el solito.
-Así que vuestros nombres eran lo único que os quedaba que fuese realmente vuestro, ¿eh? -Se pasó la mano por mi camiseta, que ahora cubría su cuello y se aguantó un gesto de dolor.
Asentí con la cabeza. El recuerdo era todavía demasiado reciente.
-Kellan se inventó un juego para descubrir nuestros nombres, pero solo descubrimos el de Matthew, el otro chico con el que nos llevábamos bien -me soné la nariz. Pensar en Matthew, al que había dejado solo en ese hospital me partía el alma. Pero si íbamos, tal vez podría llevarlo con nosotros, eso me dio una chispa de esperanzas.
-Matthew es el chico mudo que comparte la habitación con Kellan, ¿verdad? -Tardé un rato en contestar, perdida en mis pensamientos, pero para cuando fui a abrir la boca, Reige ya se había quedado dormido, apoyando en un brazo y vuelto hacia mí, como si quisiera seguir escuchándome a pesar de estar inconsciente.
Cerré la boca para meterme yo también en mi saco de dormir y sentir como la lana era tan suave que no veía el momento en quedarme dormida.
Cerré los ojos, esperando que el día siguiente nos preparase algo mejor que hoy y viendo como una de las estrellas que se encontraban a kilómetros por encima de nuestras cabezas, me guiñaba un ojo a modo de buenas noches.