viernes, 26 de abril de 2013

4. Piernas en movimiento. Parte 2.

-Puede que sea un invasor o no, pero si me vais a matar, hacerlo ya -no pude aguantarme al ver como me miraban. Podía parecer que me comportaba como un cervatillo acorralado por una manada de leones, pero yo también había huido para evitar que me atraparan los invasores, y ahora que formaba parte de sus experimentos, no sabía si los humanos a los que pertenecía me verían como un monstruo o como alguien que ha tenido la mala suerte de ser atrapada.
Se echaron hacía atrás y abrieron muchos los ojos, sobretodo la mujer y el militar, que se miraron. El segundo se llevó la mano a la cintura y sacó un walkie-talkie. Se alejó un par de metros de nosotros y empezó a hablar con el que estaba al otro lado de la línea.
El de los ojos grises todavía seguía a mí lado, con la mano alzada para tocar mi cara congelada en el aire. Sin venir a cuento, se dejó caer en el suelo lleno de pinocha del bosque y sonrió.
-Vaya, si habla y todo.
Fruncí el ceño y lo miré. Claro que hablaba. Que hiciera después de haberles dicho mi nombre y dejarme revisar como si fuera cualquiera. No tenía nada que temer de ellos, a pesar de que tuvieran armas y me superasen en número. Estaba casi segura de que podría con ellos y los dejaría el tiempo suficiente fuera de combate como para hacerme cargo de la situación y que los papeles se intercambiasen.
El de los ojos grises, o Reige, como había dicho que se llamaba, sonrió de nuevo mirando a la chica y al líder del grupo.
-Estoy seguro de que es humana -apoyó un brazo en la pierna y me miró-. Si no, no habrías contestado así, eso te lo puedo asegurar.
Le miré fijamente, ¿quién se creía para hablarme así? Ni siquiera cuando los humanos sobrábamos y pululábamos por ahí, dejaba que nadie me llamara de esa manera. Fruncí el ceño y entrecerré los ojos. Ese era una de las señales que había a entender después de la invasión, nunca trates de llevarte bien con alguien que miraba como yo en ese momento.
El chico pareció pillar la indirecta, porque se echó hacia atrás y dejó caer las manos a ambos lados. Dejando a mi alcance el cuchillo de caza que tenía metido dentro de la bota derecha. Bajé la mirada solo un segundo, pero bastó para que el rubio me viese y se agachara al lado de Reige, poniéndole a este una mano en el hombro para llamar su atención. Reige enseguida le miró y comprendió. Movió la pierna derecha y la dejó fuera de mi alcance, cruzándolas y agarrándose los tobillos con las manos.
-Hammond, que tal si la llevamos al campamento -la mujer se acercó, alejándose del otro, que todavía seguía hablando enfurecido con el que estaba al otro lado de la línea-. Al menos allí podremos interrogarla con mejores medios y no en medio de la selva.
El rubio, que todavía agarraba el hombro de Reige, giró la cabeza, por lo que él sería Hammond. Intenté recordar los nombres de los que había dicho entre ellos. El de los ojos grises y pelo castaño revuelto y corto se llamba Reige, un nombre que no había escuchado nunca, por lo que debería ser típico de Estados Unidos, ya que, mientras estaba en Europa, antes de la Invasión ocho años atrás, no lo había escuchado antes. El otro, Hammond, el tío del pelo rubio ceniza y barba de tres días junto a la chaqueta de caza. Datos que eran importante recordar.
Me giré, intentando acomodarme mientras recordaba el viejo continente a la vez que miraba a mi alrededor. La mujer estaba a unos diez metros de mí, al igual que de sus dos compañeros. El otro, el militar de pelo rapado, con una barba incipiente y los vaqueros claros y el suéter oscuro, seguía hablando por el walkie-talkie, aunque ahora lo hacía más tranquilo y de manera lenta, como si estuviese repitiendo por tercera vez algo y quisiera asegurarse de que lo entendían.
La mujer, para mi sorpresa, se acercó. Me miró de arriba a abajo, se agachó y me extendió una mano abierta. Sino hubiese sido imposible, hubiese pensado que estaba sonriendo.
-Me llamo Leire. Es un placer -cerré y abrí los ojos, confundida ¿un placer? Dudé antes de levantar mi mano y estrechar la que me ofrecía-. Hace mucho tiempo que no veíamos a otro humano libre como tú.
Por un momento, intenté no reírme, ¿humana libre? Si supieran de dónde me había escapado no pensaría eso, de eso estoy segura. No puede evitarlo mucho tiempo, pues, al mismo tiempo que me estrechaba la mano, tiró de mí y me levantó.
-Igualmente -fue lo único que pude responderle.
Reige y Hammond se quedaron mirándola, mientras que el otro se guardaba el walkie-talkie en un bolsillo y se acercaba. Leire todavía agarraba mi mano, no sé si fue eso lo que le puso sobre aviso.
- ¿Qué haces? -Preguntó, severo. Ahora estaba claro quien era el que mandaba entre los cinco.
Leire lo miró desafiante.
-Es humana, nos la llevamos al campamento -lo desafió con la mirada y me atrajo hacia a ella, pasándome un brazo por los hombros y estrechándome como si fuéramos viejas amigas.

viernes, 19 de abril de 2013

4. Piernas en movimiento. Parte 1.

La culata del rifle me golpeó y me hizo caer al suelo. Conseguí darme cuenta enseguida de que me habían rodeado y de que yo no había sido capaz de darme cuenta de ello. Me sentía estúpida por haber fallado en algo tan tonto como lo era el hecho de comprobar los alrededores cuando había más de un perseguidor siguiéndote la pista.
Tuve tiempo de girarme y apoyar los brazos en las hojas, pero una bota con punta de acero me dio en el brazo, por lo que fue mi cabeza lo que terminó por golpear el suelo lleno de hojas secas.
Escuché el sonido de un arma a la que se le quita el seguro y me puse tensa. Hacía cinco años que no escuchaba ese sonido, cuando yo misma le había quitado a mi escopeta recortada el seguro para llevarme por delante a todos los invasores que intentasen atraparme o acorralarme.
Ya en el suelo, escupí la sangre por el labio partido a causa del segundo golpe de la bota, cuando ya estaba en el suelo. Me apoyé con todas mis fuerzas en los brazos y apoyé la espalda en el tronco del pino que estaba a mi lado. Solo pude alzar la cabeza al mismo tiempo que la misma bota se alzaba para darme otro golpe. Conseguí evitarlo por milímetros, acabando de nuevo tirada en el suelo. Si eran humanos, ¿por qué hacían esto? Me reí de mi estupidez. Sí, eran humanos y yo había huído de ellos cuando me descubrieron, yo también habría ido en mi persecucción.
Escupí otra vez sangre y me la limpié con el dorso de la mano. Alcé la cabeza y miré fijamente al militar. ¿Tanto había cambiado que ni otro humano era capaz de reconocerme? Joder, era humana, al igual que él. Estaba huyendo porque creía que era una partida de invasores y esto es lo que me había costado me equivocación. Que ellos me confundieran con uno de sus insectos y me persiguieran como a una presa que había que abatir.
La chica llegó junto al que había estado escuchando música, donde los auriculares todavía seguían colgando del cuello de su camisa de cuadros oscuros. Entonces, ¿habían cuatro humanos?
Me giré a mirar al que me había dado los dos golpes, o lo había intentado con las botas de punta de acero. Mediría casi el metro noventa, con unos ojos oscuros que casi se fundían con la pupila y el pelo de un color rubio ceniza que me había acostumbrado a no ver desde que había escapado de California seis años atras, junto a una barba de unos tres días que le daban un aspecto aún más serio del que ya tenía, a pesar del ceño fruncido.
El chico de los auriculares, era algo más bajito, pero aún así casi lo alcanzaba, se parecía físicamente, al igual que el otro hombre, pero este tenía los ojos grises y pelo castaño y corto revuelto por culpa de la carrera. El militar rapado se encontraba a su lado y sus ojos miel claro parecían casi dorados y reflejaban la brillante luz del sol que atrevesaba las ramas de los pinos.
La chica o mujer, que ya tendría unos treinta y pico se me quedó mirando fijamente con sus ojos verdes oscuros mientras yo hacía lo mismo con el militar. Tenía el pelo corto estilo garçon. Me imaginé que sería para mayor comodidad a la hora de combatir y de que no le molestara mientras corría por el bosque.
Me pasé la lengua por los labios por miedo a que la sangre que tenía se secara y después se me agrietarán aún más. El gesto les distrajo y podría haber aprovechado para huir, pero podría haber recibido una bala en la espalda por ello. No pensaba morir por uno de los míos y menos mientras que pensaran que yo era uno de los invasores. Había escapado para sobrevivir, no para que me enterraran a los dos días.
- ¿Qué crees? ¿La matamos? -El chico de los auriculares tenía la voz tranquila y no agitada, no respiraba entrecortadamente ni parecía faltarle el aire, como si no hubiese estado persiguiéndome durante doce kilómetros. Además de demostrar que era el más joven de los cuatros cazadores.
El militar negó con la cabeza una milésima antes que la mujer.
-No sabemos si es una de ellos, o es como nosotros -su voz, grave, parecía irle al pelo, como si hubiese nacido con el propósito de mandar y no ser mandado.
Esta vez fue el otro chico, el de los ojos oscuros y el pelo rubio el que me miró de arriba a abajo como si me viera por primera vez.
-Parece humana -miró al militar, el que parecía el jefe del grupo. Después volvió a mirarme a mí-. Pero nunca se sabe, puede ser una nueva treta de esos desgraciados.
-Si es uno de ellos, están consiguiendo parecerse mucho a nosotros -el joven, donde todavía colgaban los auriculares y me golpearon la cara al agacharse a mi lado. Me miró fijamente, como si estuviera buscando algo que no debería estar ahí-. Ya ni siquiera los ojos los delatan.
Acercó una mano a mi cara e institivamente me eché hacia atrás, algo que hizo que el del pelo rubio, que parecía ser su hermano, bajó la mano hacía el cuchillo que tenía en la funda del tobillo por encima de la bota militar.
Yo relajé los hombros en vista de que podrían echárseme encima si hacia cualquier gesto demasiado brusco para su gusto. Por lo que dejé que eljoven rozara mi cara con el dorso de la mano mientras las venas del cuello se me marcaba por la tensión, al igual que me esforzaba por mantener las manos cerradas en puños para evitar pegarle.
Sonrió, algo que hizo, que, inexplicablemente, me relajase y le dejase hacer.
Pasó la mano por toda mi cara y me abrió los ojos y la boca varias veces para asegurarse de que todo estaba en su sitio y de que no había nada demasiado extraño como para delatar a un invasor.
- ¿Cómo te llamas? -Hizo un alto y me miró, sentándose a mi lado bajo la mirada vigilante de los otros tres. Al no responderle, adelantó la mano y añadió-. Mi nombre es Reige, ¿y el tuyo?
Tragué saliva.
-Scarlett.

viernes, 12 de abril de 2013

3. Muéstrame tus manos. Parte 5.

Salté un árbol caído que se interponía en mi camino. Seguí su línea hasta llegar al pequeño risco de dos metros de altura que me escondía de las personas que estuvieran en el sendero. Si era necesario, podía utilizar el enorme tronco del árbol para esconderme de sus miradas mientras yo les observaba sin ser vista.
En el camino que yo había abandonado la noche anterior se encontraban varias personas junto a un vehículo grande y todoterreno de aspecto de estar blindado, junto a las rejillas de hierro que tenía en el parachoques delantero.
Fruncí el ceño. Era extraño que los ocupantes tuvieran un vehículo de esas características para cualquier cosa. Ellos habían llegado aquí con el sello de la paz camuflada y seguía con esa fachada para atrapar a los últimos hombres libres quedaban.
En ese momento había un hombre, con unos pantalones vaqueros claros y suéter de color oscuro que parecía haber visto tiempo mejores, con los puños deshilachados y el color desteñido en la parte del cuello y la espalda donde el sudor podría haberle quitado el color. Llevaba botas anchas de una marca militar. Puede que hubiese sido un soldado en un tiempo anterior.
Detrás de él, se bajó una mujer alta y delgada, puede que solo un poco mayor que el soldado que ya estaba fuera. Una camisilla de tirantes blanca la hacían destacar en la monotonía parda y verde que la rodeaba. Tenía un cuchillo de caza en el cinturón que sujetaba unos pantalones militares de camuflaje y unas botas de montaña desgastadas y casi del mismo color que el barro seco. Esperé a que el tercer personaje, el que parecía encargarse de llevar el todoterreno por el camino también bajase del vehículo, pero no lo hizo. Se quedó donde estaba, tamborileando con los dedos en el volante mientras movía la cabeza al ritmo de la música de sus auriculares. Música. Hacía tanto tiempo que no utilizaba esa palabra. Me traía buenos recuerdos desde que era muy pequeña, me había traído la felicidad familiar de cuando nos reuníamos toda la familia en las fiestas navideñas alrededor del piano mientras mi hermano tocaba villancicos.
En vez de él, de la parte de atrás del todoterreno salió un tío con el pelo rubio ceniza corto con una barba de unos tres días que lo hacía contrastar con el resto de sus compañeros, parecía que tenía los ojos oscuros, junto a una chaqueta de caza recia y de color marrón oscuro y unos vaqueros negros.
Sacudí la cabeza, no podía dejar que los recuerdos me invadieran ahora, sobre todo cuando estaba en plena huida de los invasores. Tenía que averiguar quiénes eran esas personas que estaban ahí y si era a mí a quien estaban buscando, porque estaba claro que buscaban algo.
El hombre que estaba junto a la mujer, el del sueter gastado, de gesto serio y ceño fruncido, tenía el pelo casi rapado al cero, una barba incipiente y unas manos enguantadas en guantes sin dedos. Parecía un militar, incluso un mercenario si se le añadía la funda donde guardaba un cuchillo de caza enganchada al cinturón. Al lado de la funda del cuchillo, había otro para una pistola, estaba vacía, subí la mirada y vi que tenía la pistola en la mano y que el militar estaba mirando en mí dirección.
Tensé el cuerpo, era imposible que me hubiese visto. Estaba bien escondida, me había asegurado de ello, de lo contrario, no me hubiese atrevido a acercarme tanto. Estaba segura de que las raíces del árbol eran lo suficientemente densas y entretejidas entre sí como para que me permitiese ver sin ser vista.
Pero me había visto.
Clavó la mirada en la mía y con la mano que no enfundaba la pistola, le hizo una seña silenciosa a su compañero, que reaccionó llevándose la mano a la funda del cuchillo y mirando a su alrededor, hasta que siguió la línea del brazo de su compañero. Tardó un poco en localizarme entre las múltiples raíces, pero terminó haciéndolo al quedarme inmóvil y pestañeando sin parar.
No podía creerlo, me habían encontrado.
El militar alzó la pistola, apuntándome y la mujer fue hacia la parte delantera del todoterreno y dio dos golpes rápidos al cristal, donde el conductor se quitó de un tirón los auriculares y fue a protestar, cuando el también respondió a una serie de gestos de la mano y se agachó para coger su propia arma.
Por fin, reaccioné tirándome hacia atrás al tropezar con mi propio pie al levantarme. El militar reaccionó corriendo hacia mí a una velocidad increíble, pude ver el destello de la rabia en sus ojos.
Eran humanos.
Pero solo hacia que el terror creciera en mi pecho y que las ganas de huir de allí aumentarán.
Conseguí levantarme al mismo tiempo que me daba la vuelta. Corrí con todas mis fuerzas, casi podía escuchar mi respiración agitada por la situación. Había tenido que detenerme un segundo a colocarme bien las botas al cuello, ahora que me habían descubierto, las botas me harían ir más rápido y podría dejarlos atrás con facilidad, pero también me podría descubrir por la huella de la suela que dejaría.
Apreté el paso y seguí corriendo hasta que la noche me envolvió. Paré un segundo junto a un pino, alto y fuerte como el que había utilizado antes para orientarme. Intenté que mi respiración fuese tranquila y silenciosa, no delatarme y también escuchar a los cazadores.
Pocos segundos después de detenerme escuché unos susurros de un hombre y la respuesta de una mujer. Todavía me seguían la pista y estaban bastante cerca como para encontrarnos frente a frente. Era hora de que plantara cara en vez de seguir huyendo. Podía poner en práctica todo lo aprendido durante mi cautiverio.
Apoyé la espalda al tronco del pino, no estaba cansada, todavía respiraba con normalidad, pero tenía que mantener un aspecto débil para hacer que los que me seguían se confiarán. De todas formas, ningún humano estaría tan fresco como lo estaba yo después de estar más de media hora huyendo a máxima velocidad.
Escuché el rápido sonido de unas botas al pararse en medio de la nada. Posiblemente sería el soldado, su experiencia profesional le habría advertido de que yo había dejado de huir. Bien, porque lo estaba esperando, me había cansado de esperar y huir durante tanto tiempo. Al fin y al cabo, era humanos como ello. Había sido un error huir de ellos como había hecho.
Seguía sonándome extraño que un invasor tuviese en su poder un arma, pero la alternativa era que fuese un ser humano y eso era imposible, ya no quedaban, al menos no libres.
Vi una sombra dirigirse a toda velocidad hacia donde me encontraba, pensé rápidamente en trucos para tumbar a un oponente que te superase de tal manera en peso y forma física. No me dio tiempo.
La culata de un rifle dio contra mi sien y me hizo caer a plomo hacia el suello farragoso y lleno de hojas.

viernes, 5 de abril de 2013

3. Muéstrame tus manos. Parte 4.

Bajé la colina hasta el sendero oculto que había estado siguiendo desde que había empezado mi huida de los invasores. Sabía que en realidad ahí no había ningún camino que me dijese a donde tenía que ir, pero el simple hecho de saber que había un lugar a donde llegaría como un destino que me esperaba desde hacía mucho, me daba más esperanza y más fuerzas para seguir que cualquier otra cosa que se me ocurriera.
Sabía por experiencia que era prácticamente imposible encontrarme con otro humano, nos habíamos vuelto desconfiados, mirábamos con lupa a todo aquel que se nos acercaba incluso aunque lo conociésemos de antes de la invasión, incluso a nuestros vecinos y a nuestra propia familia, ya nadie se salva del prejuicio de no ser humano, de poder ser el disfraz que utilizaban los invasores para acercase a nosotros y así capturarnos y hacerse con nuestras vidas y nuestro planeta.
Cuando llegué a la parte del sendero en el que las hojas llenaban el suelo debido a lo avanzado que estaba el otoño, me agaché y me deshicé el nudo de las botas, las cuales me había puesto por la noche, a parte de no correr el riesgo que desaparecieran por algún animal nocturno al giual que con la malet, para calentarme los pies y poder dormir más a gusto y algo más cómoda. Terminé de desatarme la otra bota y, haciendo un nudo entre los dos cordones, me las colgué al cuello y empecé de nuevo la caminata a través del camino de las hojas en el suelo, por donde podía observar todo el bosque a la vez y mirar hacia atrás para asegurarme de que no me estaban siguiendo en cualquier momento.
Seguí andando en dirección norte durante varias horas sin descansar. Hoy no correría, quería guardar fuerzas por si tenía que utilizarlas para huir en otro momento, o pelear, pero, hasta que encontrase algo de comer, no podía permitirme el lujo de correr hasta quedarme agotada del esfuerzo. También estaba el hecho de que gracias a los experimentos a los que me habían sometido los invasores me habían hecho más fuerte y más resistente, pero la duda estaba en que no sabía hasta que punto había mejorado como para arriesgarme a correr sin más, hasta caerme en medio del bosque por el agotamiento.
No sabía exactamente cómo, pero estaba segura que desde que había dejado la carretera iba en dirección norte, pero estaba extrañamente confusa, casi como si mi cuerpo supiera que estaba perdida pero que al mismo tiempo mi cerebro no se había dado cuenta de ello. Por ello decidí subirme al árbol más alto que encontré en ese momento, era un pino de aspecto robusto y bastante alto, casi de unos treinta metros que se alzaba sobre mi cabeza y se perdía en la multitud que formaba junto a sus hermanos, algo más bajos que este, pero igual de robustos y afianzados en la tierra.
Me puse las botas en vista de que las necesitaría para escarlar la madera rugosa pero sin ramas hasta los cinco metros de altura del pino que se alzaba ante mí. Me pasé la correa de la maleta por el cuello para dejarla colgando y así me facilitase las maniobras para subir.
Sería difícil hasta llegar a las primeras ramas, pero tendría que hacerlo si quería orientarme de la forma correcta. Hinqué la suela de la bota derecha en la rugosa madera del pino y utilicé la fuerza de los brazos para izarme y hacer poner el siguiente pie en un pequeño saliente que había en la corteza, puede que no tuviese muchas ramas sobre las que apoyarme para seguir subiendo cómodamente, pero la fuerte tensión de los brazos que me sostenían me mantenían erguida y me ayudaban a poder mirar más arriba de lo que haría si estuviese pegada al tronco del árbol como una idiota.
Tensé más aún los brazos y me preparé para levantar el pie derecho e izarlo hasta llegar a una especie de hendidura en la manera que seguramente lo habría hecho un pájaro carpintero al intentar conseguir un aperitivo para saciar su apetito. Levanté el pie y coloqué la bota en el hueco, me izé y seguí subiendo. En poco tiempo llegué a las primeras ramas. Empecé a escalar más rápido al tener donde apoyarme, llegué pronto a la copa, justo en el atardecer, por lo que pude observar con fascinación el grandioso paisaje que se desbordaba a mi alrededor.
Las hojas amarillas y de tono dorado de los árboles que todavía no estaban desnudos, junto a los colores cálidos de la puesta del sol por el oeste, justo a mi izquierda, por lo que era cierto que estaba yendo hacia el norte. Durante cuánto tiempo tendría que caminar y avanzar hasta encontrarme con algo inesperado, eso no lo sabía, pero seguiría hacia el norte hasta que no pudiera dar un paso más.
El descenso fue mucho más rápido que la subida. Saltar de rama en rama era como un pasatiempo que no prácticaba desde hacia mucho y me divertía. Puede que, después de todo, las horas en el gimnasio de los invasores me hubiera servido para algo. Bajé mucho más rápido de lo que había subido, aunque eso era algo normal. La caída siempre era más rápida que el alzarse.
Al caer al suelo, supe enseguida que algo no iba bien. La atmósfera parecía haberse oscurecido y que todo estaba impregnado de un color ocre y oscuro como si un velo de humo tiñera el cielo y no dejase ver los rayos del sol a través de la niebla.
Me detuve, irguiéndome poco a poco para evitar hacer el más mínimo ruido que descubriese mi posición y diese ventaja a quién estuviese por ahí. Preferiría ser yo quien los descubriese.
Me quité de nuevo las botas para evitar que las hojas secas que tapaban el suelo de barro y fango por las últimas lluvias me delatase por mis huellas y por el sonido al pisarlas. Era algo extraño, era humana, el mayor cazador intelectual del planeta Tierra, y, sin embargo, estaba siendo cazada por un ser que tenía un cuerpo igual al mío.
Me colgué como las veces anteriores las botas al cuello con el cordón atado bien fuerte para evitar que se deshiciera y me asegura de que la correa de la maleta estaba bien sujeta.
Corrí hasta el sendero que había abandonado la noche anterior, alguien parecía haberlo encontrado y seguramente lo seguiría para ver a donde llevaba. Pero si eran los invasores, estarían ahí para descubrir si yo había sido tan estúpida como para seguir el camino más obvio. Yo sabía que se creían superiores a nosotros, pero que fuéramos tan idiotas como para ponernos en bandeja... eso era demasiado.