viernes, 25 de enero de 2013

1. Cierra los ojos. Parte 4

Asintió con la cabeza.
-Margaret -la voz de 14 volvió a decir otro nombre al azar-. Mackenzie, tal vez.
Negué con la cabeza.
-Ninguno de los dos, y el de Margaret lo dijiste la semana pasada.
-Creo que debería ir por orden alfabético para evitar esos fallos.
Vi como 21 se ponía a temblar y me arrimé a él. Tenía miedo a todo, desde que no se podía expresar con la voz, se habia encerrado en sí y no se dejaba tocar por nadie que no fuéramos 14 o yo.
Le pasé un brazo por encima de los hombros.
Matthew se arrebujó contra mí y pegó su costado al mío, como si así yo pudiese protegerlo de cualquier cosa, como si así pudiésemos huir de nuestra realidad.
Matthew nunca había tenido una familia de verdad. Había conseguido decírnoslo a su manera, aunque más bien fue escribiendo en la pantalla de cristal líquido que utilizaba para comunicarse con los intrusos cuando le preguntaba por su estado.
Nunca había conocido a su madre, pero su padre tampoco perdió el tiempo en encontrarle una sustituta, a la que encima maltrató, aunque después el propio Matthew también empezó a recibir palizas, cada vez más frecuentes y con más brutalidad.
Por eso acabó aquí. Pero se recuperó antes de que llegasen los invasores. Estaba de vacaciones en Arizona cuando lo atacaron, no había podido ni vestirse cuando empezaron a llegar las naves y lo habían atrapado mientras intentaba escapar de la playa en la que estaba disfrutando de sus vacaciones.
Recordé su historia, pero 14 siguió con la ola de preguntas sobre mi. Nunca se cansaba. Al menos sabía que yo le importaba a alguien, aunque fuera sola para saber mi nombre.
- Minnesota -se quedó un momento pensando cuando vio como le miré-. ¿Qué pasa?  Una vecina mía se llamaba así.
-No me gustaría llamarme como un Estado, sería estúpido, incluso extraño.
Matthew se pegó a mí cuando el entrenador Colt pasó por nuestro lado y le miró. Durante un momento, el entrenador pasó de largo, pero en el último momento pareció acordarse de algo y dio dos pasos atrás, sacó una libreta de apuntes, donde estaba todo lo referente a nosotros que necesitaba y buscó una de las  fichas. Siguió con el bolígrafo la página cuando llegó a la que seguramente sería de mi amigo, que seguía pegándose a mi costado y temblaba como una hoja.
Nunca le había gustado el deporte, a pesar de que era bastante bueno en atletismo, algo que le había servido para ser el último al que capturasen de su familia en la huida.
-21 -Colt frunció el ceño y volvió a mirarle, caminó en nuestra dirección y se nos plantó delante, inundando al pobre Matthew con su enorme presencia-. Hace una semana que no haces prácticas, ¿por qué?
Preguntar eso era cruel por su parte, Matthew no podía defenderse verbalmente como hacíamos los demás, poniendo una excusa tonta o fingiendo estar enfermos. Y el simple hecho de que Matt no hubiese hecho sus prácticas era porque le tenía miedo a las alturas.
A ver si me explico, Matthew tiene miedo a las alturas, sí. Hasta ahí bien, ¿no? Pues el problema es que las prácticas de esta semana para Matt era las de escalar una pared totalmente vertical de unos quince metros de altura y si lo hubiera hecho, se habría quedado clavado, sin poder mover ni un solo músculo y sin poder mascullar ni una sola palabra de socorro. Por lo que 14 y yo tendríamos que ir en su ayuda y darle apoyo intensivo durante todo un mes.
Ya le había pasado antes y por eso mismo ni 14 ni yo íbamos a dejarle pasar de nuevo por la misma aterradora experiencia que supuso para él.
A si que me tomé la libertad de responder por él, aunque lo hubiese hecho de todos modos.
-Al experimento 21 le dan miedo las alturas, entrenador Colt -se que mi forma de contar el problema dejaba mucho que desear, sobretodo al llamar "experimento" tan a la ligera a Matthew, pero Colt no podía saber que sabíamos su nombre, era lo único realmente suyo que le quedaba.
Se me ocurrió algo, lo que 14 adivinó al momento y se levantó casi como un resorte, bajó las escaleras rápidamente y empezó a ponerse el arnés, ajustando las correas y asegurándose de que estuvieran bien sujetas, para que así no hubiese ningún problema durante la escalada.
Separé la mano de Matthew que todavía se aferraba a mí y entrelacé sus dedos con los míos, avisándole así de que no lo abandonaba, que iba a seguir a su lado, pero que tendría que levantarse y hacer un esfuerzo por vencer a sus miedos. intentó mantenerse en el asiento, pero tiré de él para que se levantara antes de que Colt llamase a los guardaspaldas y le obligasen a escalar solo. Pareció comprenderlo, porque terminó por dejarse llevar y pegarse a mí hasta la pared vertical.
Yo podría soportar estar a su lado los próximos meses para aguantar su miedo a todo, desde que había perdido la voz no era el mismo, aunque cuando yo lo conocía ya le había pasado todo y no había escuchado nunca su voz, era algo extraño.
Cogí su mano con fuerza y casi lo arrastré para que se levantase de su asiento y me siguiera escaleras abajo.
En el último escalón me giré y cogí a Matt con las dos manos.
-Voy a estar todo el rato a tu lado, ¿de acuerdo? No voy a abandonarte -me pasé la lengua por los labios y vi como sus ojos se clavaban en mi mirada y no podían apartarse. Apretó mis manos, en una muda pedida de auxilio. Ya me imaginaba la noche que me esperaba, aunque me llevase una buena bronca después por colarme en la habitación de otro experimento. Y más aún si era la única que tenía una habitación blindada.

viernes, 18 de enero de 2013

1. Cierra los ojos. Parte 3.

El gimnasio en su extensión se abrió ante mí.
Habían un decena de humanos más en él. Ni siquiera levantaron la cabeza para verme entrar, ya sabían que si venías con dos guardaespaldas tan cuadrados como los míos no podía ser otra sino el experimento 26.
Miré al experimento 14, un chico de unos veinte y cinco años con el pelo castaño claro y los ojos vidriosos sin un color exacto que había intentado suicidarse un par de semanas atrás para poder dejar esta vida atrás, pero los guardias llegaron a tiempo y ahora se pasea por ahí con la marca permanente de la soga en el cuello. No mira ni habla con nadie, por lo que es la única persona con la que me llevaba bien, nunca me preguntaba nada y yo tampoco quería contarle nada.
- 26 -la voz atronadora del entrenador Colt resonó en las paredes del gimnasio-. ¿Se puede saber por qué has tardado tanto en venir? Serás la última en desayunar.
Evité las ganas de reír ante su estúpido castigo, me daba igual comer o no, a lo mejor de ese modo me creían lo suficientemente débil para bajar la vigilancia y poder escapar.
Me puse en la línea de salida, donde Colt ya me esperaba, cronómetro en mano.
Cuando pulsó el botón empecé a correr, sin necesidad de que me dijese cuándo debía empezar, ambos ya sabíamos de lo que yo era capaz.
Ese día me tocaba la prueba de Cooper, donde los doce minutos que estaría corriendo no valdrían ni para que empezase a sofocarme. Por mucho que me doliese admitirlo, los científicos habían hecho bien su trabajo y ya no tenía dificultades para casi nada.
Vi a 14 sentado en las gradas, lo saludé y me devolvió el saludo al levantar la mano.
Aquí nadie conocía el nombre del otro, a no ser que fuesen amigos de verdad, yo sólo me sabía sus números de experimentos, que era el orden de llegada al hospital, por lo que 14 llevaba más tiempo que yo aquí. Tenía un par de años más que yo, y ya estaba ingresado en el hospital por un accidente cuando empezó la invasión.
A su lado estaba sentado 21, el otro experimento con el que me llevaba bien. Sí, seguro que lo habéis adivinado, es mudo, los experimentos que hicieron con él -los que yo pasé un par de meses atrás- no habían salido bien, ya que aún estaban en fase de prueba y era el primer experimento con el que los habían probado, le provocaron no sé qué en las cuerdas vocales, una especie de daño irreversible en ese momento, que le impedía hablar. Seguían investigando para devolverle la voz.
Lo saludé también a él y sus ojos verdes me devolvieron el saludo con un movimientos de cabeza. Que ninguno de los hablaran mucho me venía muy bien cuando quería estar acompañada pero no quería hablar con nadie.
Colt pitó cuando quedaban dos minutos para terminar la prueba y aceleré el ritmo, dispuesta a batir mi propio récord personal. Pude hacer unas cuatro vueltas más en ese tiempo, pero no pude superar las veintiocho vueltas, me quedé en veintitrés.
Me detuve con las manos en las rodillas, concentrada en volver a respirar como lo haría una persona normal en condiciones normales. Pero no engañé al entrenador.
-Vamos, arriba -gritó. Movió la mano arriba y abajo, con el cronómetro todavía en ella-. No he terminado contigo.
Me llevó hasta el medio del campo, donde empezó con los ejercicios explosivos, esos de los que si fueses una persona normal te hubieses tumbado en el suelo del cansancio a los diez minutos. Seguí, incansable hasta que casi una hora después volvió a hacer sonar el silbato y me levanté de un salto.
Sus ojos me estudiaron de arriba a abajo, sorprendido y satisfecho consigo mismo. Apuntó un par de cosas en el cuaderno que siempre llevaba con él.
-Vale, ahora sí que hemos terminado -cerró el cuaderno y se llevó el bolígrafo al bolsillo de su camiseta. Se dio la vuelta y desapareció tras la puerta, donde mis guardaespaldas aún seguía esperándome. En un par de minutos volvería con otro experimento con el que hacer pruebas.
Me giré en redondo y miré a mis dos "amigos", todavía podría estar un rato más en el gimnasio, por lo que podría estar un rato en compañia de los que eran como yo.
Subí las escaleras de dos en dos y me senté al lado de 14.
- ¿Qué tal? -palmeé su espalda y este me devolvió el gesto. Sus ojos vidriosos se giraron y sonrió.
-No puedo quejarme -enroscó las manos y evitó que el tic le invadiera, algo que hace cuando está bastante nervioso después de que intentara suicidarse. En sus ojos brilló una idea y me miró-. Todavía no me has dicho como es tu nombre, 26.
-Sabes que no me gusta que me llamen así -esta vez fui yo la que se estrechó las manos. Entonces me acordé de 21 y le saludé con la cabeza.
-Si me dijeras tu nombre no te lo diría -sus ojos huidizos se posaron durante un momento en el entrenador Colt, que había empezado con otro experimento, una chica, el experimento 17, tendría unos quince años y había sido de las pocas mujeres que habían sobrevivido a la invasión del hospital, al igual que 14.
Le miré, su aspecto enfermizo lo decía todo, ni siquiera me imaginaba como podría haber rechazado al invasor para que lo utilizasen como experimento. Tenía un cuerpo delgaducho, con una mata de pelo castaño claro, y sus ojos vidriosos que en el pasado debieron ser algo parecido a una mezcla de gris y azul claro y una cara fina, como si todavía quedase un niño dentro de él, a pesar de estar ya bien entrado en la veintena.
Vestía lo que todos. Un chándal gris con una camiseta blanca.
-Tendrás que adivinarlo -a veces cuando sí que necesito hablar con alguien, hacemos esto, 14 intenta averiguar mi verdadero nombre, el que me pusieron mis padres al nacer y no el número de mi experimento, y yo intento adivinar el suyo.
Ninguno de los dos lo habíamos adivinado todavía.
Con 21 nos limitábamos a mirar si asentía o negaba con la cabeza.
Pero con él no habíamos tenido ese problema. Su nombre era tan común que lo habíamos acertado el segundo día del juego.
-Katherine -empezó 14, negué con la cabeza y me levanté cuando otro experimento, una chica de treinta y pico años subió por las gradas y tuve que ponerme entre 14 y 21.
- ¿Estás bien, Matthew? -Ya lo he dicho, el nombre de 21 era bastante común, o eso era lo que había intentado decirnos él cuando había asentido con la cabeza y nos había sonreído al descubrirlo.

viernes, 11 de enero de 2013

1. Cierra los ojos. Parte 2

Subí las sábanas hasta taparme los ojos, intentando que la luz que se filtraba por la ventana no me deslumbrase. El doctor las había abierto con la esperanza de que así saliese de la cama.
Pronto empezarían con los experimentos de cada día.
-Es hora de despertarse -se apoyó en mi cama y estiró el brazo para tocarme el mío, que estaba escondido por las sábanas, aunque él sabía perfectamente donde estaba-. Hoy empezaremos antes con las pruebas de entrenamiento físico, 26.
Gruñí al escuchar el número. Cada vez que lo pronunciaba me hervía la sangre y me daban ganas de darle un puñetazo a algo. El entrenamiento físico era lo que peor que llevaba, peor porque daba igual la prueba que me pusiese, siempre lograba superarla sin dificultades. Sus experientos daban sus frutos muy rápido y casi nunca tenía dificultades para nada.
Por eso mismo nunca me dejarían salir.
-Lárgate -gruñí, apreté las manos en torno a la almohada-. No pienso salir hoy de la cama.
Escuché su carcajada, algo que hizo que me cabreara más.
-26 -su voz se endureció, ya empezaba a dejar salir su autoridad-. No creo que quieras quedarte todo el día aquí. El señor Colt te esperará hasta la hora del desayuno. Te quedan dos horas.
Escuché sus pasos hasta la puerta, que se abrió con un resoplido pesado, deberían estar ayudándole a abrirla, ya que pesaba como dos hombres juntos.
-Por cierto, si no vas a los ejercicios no comerás. Y no lo harás hasta que cumplas con ellos -su voz se apagó cuando cruzó la puerta.
La puerta se cerró y yo me enterré de nuevo en las sábanas. Me dieron ganas de gritar de rabia, pero me las tragué y saqué la cabeza de la oscuridad. La luz me hirió en los ojos al principio, pero cuando me acostumbré, miré la habitación, que estaba de nuevo recogida y la ropa de deporte en un lado de mi cama.
Supe que no tenía más remedio que levantarme y hacer lo que me había mandado el doctor si no quería morir de hambre. Las clases de ejercicios físicos eran bastante fáciles, tanto que podría hacerlos con los ojos cerrados, pero demostrarles los buenos resultados que tenían sus experiemntos conmigo no me gustaba nada, ya que seguirían experimentando y llegaría un momento en el que dejaría de ser humana y me tendría que clasificar como uno más de ellos.
Me vestí rápidamente y toqué en el cristal blindado antimisiles que había al lado de la puerta. Lo pusieron cuando se dieron cuenta que podía romper el antibalas de un puñetazo. Dos golpes y escuché el chasquido de la puerta.
Tiré de ella y salí de la habitación.
Al momento aparecieron a cada lado de mi espalda un guardaespaldas para evitar que intentase escaparme. Ambos eran nuevos, ya que los últimos estarían en la enfermería un par de semanas más al haber intentado impedirme que escapara el día anterior.
Los miré de reojo y ellos hicieron lo mismo, parecían de la nueva partida de seguridad que habían traído a la planta. Mí planta, ya que allí la única paciente que había era yo.
Parecía increíble que se tomasen tantas preocupaciones por una persona como yo, a la que había capturado hacía tanto tiempo.
Me habían atrapado unos cinco años atrás, tres años después de que hubiese empezado todo y los humanos empezásemos a escasear.
Había intentado escapar por todos los medios, pero habían estado planeando atraparme desde mucho antes de que yo me diese cuenta de que me perseguían. Había caído en su trampa como una idiota y ahora estaba interna en un hospital, en el que por mucho que lo intentase, no conseguía escaparme. Los primeros días habían sido los peores, cuando no sabía que me iban a hacer y para que estaba allí. Al principio creí que me iba a matar y que utilizarían mi cuerpo para experimentar con él, pero al día siguiente de que me estuviese a punto de reventar de miedo por no saber mi futuro próximo y me encerraran en la que era desde entonces mi habitación, apareció el doctor y me explicó que no querían hacerme daño, al revés, querían hacerme más fuerte para que los humanos pudiésemos sobrevivir a su llegada. Que lo único que ellos querían hacer eran ayudarnos.
Yo le escupí a modo de respuesta.
Si hubiesen venido en son de paz como ellos decía, no se habrían adueñado de nuestros cuerpos y nos habrían empujado al borde de la extinción con sus persecuciones.
Eso me recordaba que al menos ahora iba a estar con algunos de mi especie, que, al igual que a mí, los habían atrapado y habían estado experimentando con ellos desde entonces.
No me llevaba bien con ninguno, ya que cada vez que les proponía un plan de huida, movían la cabeza y se alejaban de mi murmurando que estaba loca. Hasta ahora habían tenido razón, pero llegaría un día en el que me escaparía y ellos seguirían encerrados. Entonces los locos serían ellos mientras yo era libre.
Siempre había sido una solitaria, incluso cuando los de mi especie abundaba. Quizás era por eso mismo que había logrado sobrevivir y pude esconderme durante más tiempo que los demás.
Había sido la última captura del hospital, por lo que era muy probable que el resto de humanos, o estaban muy bien ocultos, o estaban todos muertos.
Pero ahora que ya no quedábamos casi humanos, echaba de menos un poco de su apestosa y casi agradable compañia, aunque fuese por un momento.
El guardia que estaba a mi izquierda se adelantó y abrió la puerta que daba a gimnasio del hospital.

viernes, 4 de enero de 2013

1. Cierra los ojos. Parte 1

Seguí corriendo por el pasillo del hospital, esquivando o tirándome al suelo para que los encargados de seguridad, que de repente salían de todas partes, no me atrapasen.
Giré la cabeza un momento, para asegurarme de que los estaba dejando atrás a todos.
Me volví de nuevo, empeñada en seguir mi carrera para poder escapar. Entonces, la puerta que daba a la cafetería se abrió y de ella salió uno de los guardias de seguridad, bastante alto, ancho de hombros y con cara de mala leche.
Conseguí pasar por debajo de sus brazos alzados, pero su mano se movió de forma rápida y atrapó la capucha de mi sudadera, después me tumbó con fuerza contra el suelo.
Mi cuerpo se estrelló contra el suelo como si lo hubiera hecho contra un coche a ochenta kilómetros por hora.
El gorila de seguridad se puso sobre mí y levantó el puño, dispuesto a meterme una buena tunda si intentaba escaparme de nuevo o hacer el más mínimo movimiento.
Escuché los pasos del doctor corriendo por el pasillo contra mi oreja, que estaba pegada al frío mármol del suelo y el de seguridad no me dejaba moverme para nada.
-Alto -el puño se paró en el aire a pocos centímetros de mi cara-. ¿Qué pretendías hacer?
-Intentaba escapar, señor -la voz grave del guarda retumbó en mi oído izquierdo, el cual, todavía seguía pegado al suelo-. Esta planta esta aislada del resto de pacientes con el mejor equipo de seguridad del Estado para que ELLA no se escape.
-Lo sé. Soy yo el que lleva todo el papeleo -alargó su brazo larguilucho y cerró su mano con dedos de araña alrededor del puño de mi opresor-. También soy yo el que te paga, ¿recuerdas?
El tío pareció dudar durante un momento, pero al final me soltó e incluso me ayudó a levantarme. Se puso a mi espalda cuando me sacudí el polvo que me había dejado en la sudadera al tirarme.
Era para evitar que me volviese a escapar. O a intentarlo.
-26 -odio ese número, es lo único por lo que puedo responder por nombre desde que estoy encerrada en este hospital-. Es la sexta vez que intentas escaparte este mes, cada vez ponemos más seguridad, pero siempre consigues escaparte. Ves que lo único que estamos haciendo contigo es mejorarte.
Su sonrisilla malévola asomó en su cara como una flecha que surcaba el aire.
-Me estáis convirtiendo en un monstruo -escupí las palabras, hacía mucho que no hablaba, por lo que la voz me salió pastosa.
El doctor negó con la cabeza, como quien intenta explicar a un niño que no puede meter los dedos en el enchufe porque le puede dar un calambre. Odiaba que me tratase de esa forma, yo no era como ellos y nunca lo sería, antes me tendría que matar a experimentos fallidos.
Eso era lo único que había escuchado los últimos ocho meses.
-Sabes que sin nosotros sólo serías una simple humana -sus ojos relucieron cuando la luz del fluorescente insidió en ellos y me clavó su mirada-. Sé buena chica y vuelve otra vez a tu habitación sin peleas. No quiero llamar al nuevo equipo de seguridad.
-No voy a volver a esa prisión que tu llamas habitación. Me da igual todas las personas que traigas para vigilarme, volveré a escaparme.
Recibí un fuerte empujón por parte del gorila de seguridad, haciéndose notar a mi espalda.
-Recuerda que estoy aquí -miró al doctor y vi como éste asintió con la cabeza.
Al momento, sus manazas rodearon las mías y me las apretaron contra mi espalda, inutizándolas, tiró de mí y me llevó a través del pasillo con enmarmolado gris y paredes de color lima.
Abrieron la puerta de acero de quince centímetros que protegía la única entrada y salida de lo que se había convertido mi habitación durante los últimos dos años.
El de seguridad seguía apretándome y sólo me soltó cuando se lo mandó el doctor. Entonces me tiró a la cama y cerró la puerta de acero detrás de él. Escuché los chasquidos de los cerrojos al cerrarse y me abalancé sobre la puerta con un grito de agonía saliendo de mi garganta.
 -Volveré a escaparme y lo sabes -golpeé la puerta con los puños cerrados y con todas mis fuerzas.
No le pasó nada, todavía no era lo suficientemente fuerte.
Las golpeé de nuevo con más fuerza, sacada del último experimento que me habían hecho y que sabía que estaba allí para ser utilizado a parte de mi fuerza humana y el metal se hundió un poco. Sonreí casi como si fuera una psicópata, parecía ser que el último experimento había salido mejor de lo que esperaba por mi parte.
Ya podía irme a dormir tranquila, mañana sería un día duro. La ironía me hizo bastante gracia.
Giré sobre mi misma y me tiré a la cama, donde tendría que esperar hasta el día siguiente para poder salir de aquella habitación. Estarían un par de semanas alerta, vigilándome todo el rato. Pero eso no iba a impedirme que me escapara, o que al menos, volviese a intentarlo.
Aplasté la almohada para sentirme más cómoda y menos frustada. Dormiría y ya pensaría que hacer al día siguiente. Una nueva oportunidad, tal vez.