viernes, 18 de octubre de 2013

6. Cuerpo salvaje. Parte 2.

A la mañana siguiente, Reige ya confió lo suficiente en sí mismo como para poder caminar él solito durante el resto del camino que nos llevaría hasta el hospital.
Unas cuatro horas después del amanecer, por fin llegamos a la carretera donde puse en marcha mi huida. De eso hace ya cuatro días.
Cuatro días fuera del hospital y lo único que he tenido para mí ha sido una noche a solas en la que estaba demasiado cansada como para poner en orden mis pensamientos y prioridades.
Al llegar a la carretera, Reige se paró, miró a ambos lados de la carretera, como esperando a que, de la nada, apareciese un coche que nos viniese a buscar. Me planté a su lado, pensando todavía en cómo haremos para poder colarnos en el hospital sin que nos pillen, coger el material médico que necesitemos para poder curarle la herida de bala y después, poder llegar hasta 14 -todavía me cuesta pensar en el como Kellan- y Matthew. Y de ser posible, llevárnoslos con nosotros de vuelta al bosque.
Salvo por el pequeño detalle de no saber que vamos a hacer después de todo esto, el plan está en marcha y parece que Reige está conmigo al cien por cien. De lo contrario no me habría ayudado a escapar, ¿no? O al menos eso es lo que me gusta pensar. En este mundo tan desprovisto de humanidad ya me cuesta confiar en nadie, a pesar de que tenga la prueba justo delante.
- ¿Hacia dónde? -Reige me estaba mirando fijamente, esperando mi respuesta. Debía de estar divagando sin prestarle atención, se le ansioso.
- ¿Perdón? -Se que me había perdido parte de la conversación pero no quiero que él también lo sepa.
Sin embargo, se limitó a sonreír.
- ¿Hacia dónde vamos para llegar al hospital? -Repitió con una sonrisa.
-Por ahí -señalé hacia la derecha de la carretera, de vuelta a la civilización.
Estaríamos en un par de horas en la puerta del hospital si tuviéramos un vehículo disponible, pero lo habíamos tenido que dejar atrás para despistar a la resistencia. Además, nos sería poco útil que el cuerpo de seguridad del hospital nos viera si lo que pretendíamos era que nuestra entrada fuese lo más silenciosa posible.
Empezamos a bajar por la carretera en dirección al sur. Puede que si íbamos a buen ritmo, llegásemos antes del anochecer, pero tampoco quería adelantarme.
- ¿A qué te dedicabas antes de la invasión? -Reige habló de repente, tomándome por sorpresa.
- Tenía dieciséis años cuando empezó la Invasión, Reige -respondí-. No creo que me dedicase a nada en ese momento.
-Vale, fallo mío -suspiró-. Corrijo, ¿Qué estabas haciendo?
-Estaba de vacaciones con mi familia en la casa del lago. -Terminé por decir. No me gustaba contar mi vida a nadie ya antes de la Invasión, ahora menos. Pero, por lo visto, iba a pasar mucho tiempo con Reige, ninguno de los dos sobreviviría ahora mismo mucho tiempo sin el otro. Él estaba herido, y yo no tenía que limitarme a esconderme de los invasores, sino huir, ya que era una de sus grandes experimentos, además de añadir ahora a la resistencia a la ecuación- Estaba enfadada con mi padre por obligarme a ir, ya que me habían invitado a ir a esquiar a los pirineos españoles. Pero tuve que ir con ellos.
-Fue ahí donde os pilló la invasión, ¿no? -Reige se había acercado a mí según iba contando, a pesar de que lo que había dicho no tenía nada de interesante.
-Sí, fue allí -suspiré-. Mi hermano mayor y yo nos estábamos dando un baño en el lago mientras mi padre preparaba la comida. De repente, empezamos a escuchar como el aire empezó a vibrar y empezaron a caer las naves a toda velocidad, por todas partes.
>>Ayudé a mi hermano a salir del agua mientras mi padre nos gritaba que no, que nos escondiésemos debajo del muelle del embarcadero, donde estaríamos a salvo si algo venía por tierra, claro que también habrían podido venir por el agua.
Arrastré a mi hermano de vuelta al agua y nos escondimos debajo del muelle, no pasaron ni cinco minutos cuando nuestro padre llegó a donde estábamos nosotros y nos dio las llaves de su furgoneta.
No entendí lo que significaba ese gesto hasta que llegamos a la furgoneta y pude ver por el retrovisor como mi padre se pegaba un tiro después de que los invasores lo rodearan.
Tomé aire. Nunca había contado esto a nadie y que el primero fuese prácticamente un desconocido parecía haber ayudado a ello.
Me giré a ver la reacción de Reige. Su boca, abierta, era lo que me esperaba.

miércoles, 16 de octubre de 2013

6. Cuerpo salvaje. Parte 1

A Reige no le hizo mucha gracia mi comentario.
-Ni de coña -se limitó a repetir, una y otra vez-. Lo paso bastante mal cada vez que tengo que infiltrarme en ese maldito hospital como para ahora pedirle que me curen la herida y dejar que me atrapen.
Negué con la cabeza.
-Nadie ha dicho que nos vayamos a entregar.
Hizo una mueca de dolor cuando por fin terminé de limpiarle la herida. Esta vez, saqué una camisa de repuesto de la maleta (aunque más bien se parece a la mochila de un montañero) y conseguí utilizarla a modo de vende, enrollando el cuello de Reige con ella.
-Asumámoslo, no vamos a poder infiltrarnos en ese hospital el tiempo suficiente como para poder coger todo lo que necesitamos, coserme la herida y salir.
-Tu ya has entrado, varias veces, y has conseguido volver a salir -se le escapó un gruñido cuando tiré para asegurar bien el vendaje, ya oscureciéndose por culpa de la sangre.
Reige negó con la cabeza.
-Me infiltraba a través del sistema de ventilación hasta llegar a la habitación de nuestro contacto dentro del hospital, no para pasear por el toda la planta -terminado ya el vendaje, se recostó en su saco de dormir, dejándome un poco de lado, por lo que yo también tuve que echarme para seguir con la conversación.
- ¿Quién es vuestro contacto en el hospital? -Apoyé la cabeza en el brazo y luchando contra el cansancio para poder escuchar su respuesta.
-Se llama Kellan -fruncí el ceño. Yo no conocía nadie con ese nombre, pero estaba claro que debía ser 14, ojala hubiese prestado más atención en ese juego para descubrir nuestros nombres, así podría estar segura de que era a él a quien se refería. Reige se dio cuenta de mi ceño fruncido y de lo que eso significaba-. Es un amigo tuyo. Pelo castaño claro, con ojos grises -al ver que seguía intentando imaginarlo, suspiró-. Tiene la cicatriz de una cuerda alrededor del cuello.
Resoplé, Joder, era 14, de verdad era 14.
-No sabía que se llamaba Kellan -esta vez le tocó a Reige fruncir el ceño, como él mismo había dicho, 14, es decir, Kellan, era mi amigo durante mi estancia de cinco años en el hospital-. Allí solo nos conocíamos por nuestro orden de llegada al hospital después de la Invasión. -Tomé aire. No había pensado en lo difícil que sería contar esto llegado el momento, pero no podía parar ahora-. Yo, por ejemplo, soy el experimento 26, porque llegué mucho después de Kellan, que es el experimento 14. En realidad, esos números nos los asignaban los Invasores al llegar al hospital.
Paré, lo próximo era demasiado personal, a pesar de que Reige pudiese verlo como una tontería. Pero para mi sorpresa, lo adivinó el solito.
-Así que vuestros nombres eran lo único que os quedaba que fuese realmente vuestro, ¿eh? -Se pasó la mano por mi camiseta, que ahora cubría su cuello y se aguantó un gesto de dolor.
Asentí con la cabeza. El recuerdo era todavía demasiado reciente.
-Kellan se inventó un juego para descubrir nuestros nombres, pero solo descubrimos el de Matthew, el otro chico con el que nos llevábamos bien -me soné la nariz. Pensar en Matthew, al que había dejado solo en ese hospital me partía el alma. Pero si íbamos, tal vez podría llevarlo con nosotros, eso me dio una chispa de esperanzas.
-Matthew es el chico mudo que comparte la habitación con Kellan, ¿verdad? -Tardé un rato en contestar, perdida en mis pensamientos, pero para cuando fui a abrir la boca, Reige ya se había quedado dormido, apoyando en un brazo y vuelto hacia mí, como si quisiera seguir escuchándome a pesar de estar inconsciente.
Cerré la boca para meterme yo también en mi saco de dormir y sentir como la lana era tan suave que no veía el momento en quedarme dormida.
Cerré los ojos, esperando que el día siguiente nos preparase algo mejor que hoy y viendo como una de las estrellas que se encontraban a kilómetros por encima de nuestras cabezas, me guiñaba un ojo a modo de buenas noches.

viernes, 21 de junio de 2013

5. Corazón acelerado. Parte 5.

Enseguida se formó un revuelo enorme en el campamento.
Giré con brusquedad el volante y puse la primera marcha. Casi como por telepatía, el todoterreno reaccionó y salimos disparados mientras el resto de los humanos no sabía que pasaba y gritaban yendo de un lado para otro.
Pude ver por retrovisor que Hammond y Sean salían a toda prisa de la tienda de campaña grande y nos miraban atónitos. Sean gritó algo y tiró la automática que tenía en las manos mientras le gritaba a Leire y nos señalaba mientras nos hacíamos cada vez más pequeños en la distancia. Leire fue la única que reaccionó con rapidez. Fue corriendo hasta uno de sus compañeros, le arrebató la escopeta y nos apuntó, al segundo siguiente estaba disparándonos y la bala impactó contra la luna trasera del coche, haciendo que Reige y yo nos sobresaltásemos dentro del coche.
Aceleré el todoterreno aun cuando el terreno escarpado que nos esperaba nos lo impedía, pero tenía que poner la máxima distancia posible entre Leire y su escopeta y el todoterreno.
Giré con brusquedad con la esperanza de que eso despistase a Leire de donde apuntar. Reige se estampó contra la ventanilla emitiendo un gruñido de dolor mientras yo luché contra el soltar el volante por la inercia del movimiento.
Giré de nuevo en dirección contraria al ver como seguía nuestra estela. Al girar tan bruscamente levanté una nube de polvo que la despistó durante un segundo, el suficiente como para acelerar y terminar de perdernos entre la maleza.
Escuché el crujido y el grito de dolor demasiado tarde y no supe reaccionar. Solo pude escuchar el disparo una milésima de segundo antes
Me giré para vez como Reige se agarraba el cuello y apretaba con fuerza mientras que su mano se manchaba de sangre al igual que su ropa, que se iba volviendo de un rojo oscuro demasiado rápido.
-Joder, Reige -le puse mi mano contra su cuello, apretando y consiguiendo solo que mi mano también se manchase de sangre.
-Sigue conduciendo -gruñó mientras se quitaba la deshacía de su camisa de cuadros, me apartó la mano y utilizaba la tela para intentar parar el torrente de sangre.
Yo asentí y clavé los ojos en la carretera, sintiendo la adrenalina recorrer mi cuerpo como nunca antes. Miré por el espejo retrovisor el humo que habíamos levantado en nuestra huida, agudicé el oído por si en el campamento utilizaban otros vehículos para iniciar nuestra persecuciones. Pero no fue así.
-Este es nuestro único vehículo a punto -a pesar de ser gris y negra, la camisa de cuadros de Reige era ahora aún mas oscura por culpa de la sangre que la empañaba-. Tardaran como dos horas en poder preparar un equipo de búsqueda, pero no saldrán hasta mañana por la mañana.
Fruncí el ceño y lo miré al mismo tiempo que daba un volantazo para evitar un árbol.
- ¿Cómo sabes eso?
Reige se limitó a sonreír y a señalizar por su ventana.
El sol se estaba ocultando.
Asentí con la cabeza y apreté el acelerador, provocando que el coche rugiera y nos pegara al asiento con su nueva fuerza.

Al par de horas de camino, Reige y yo decidimos que ya estábamos lo suficientemente del campamento como parar y seguir a pie. Así, las posibilidades de que nos encontrasen se reducirían bastante.
Cuando la noche es tan cerrada que no vemos a un palmo de nuestras narices, paramos bajo una arboleda que nos dará cobijo y protección durante el resto de la noche.
-Déjame que te vea eso -después de conseguir encender un fuego e improvisar con nuestros sacos de dormir, estiré el mío al lado de Reige. Le aparté la camisa de la herida y vi que, a pesar de que la bala solo le había rozado, tenía muy mala pinta.
-No me ha gustado nada la cara que has puesto.
Me mojé los labios para no responderle, pero eso solo le puso más nervioso.
-Si no te lo curamos como es debido, cogerás una buena infección -cogí una botella de agua de su mochila y vertí casi la mitad en la herida, parando en cada chorro para conseguir limpiarle el cuello con lo que se podía aprovechar de su camisa.
-Ya me dirás donde conseguiremos material médico aquí.
No puedo evitar sonreír.
-Yo conozco un buen hospital.

viernes, 14 de junio de 2013

5. Corazón acelerado. Parte 4.

-Oye si te crees lo suficientemente buena como para sobrevivir ahí fuera, pues adelante -señaló con desdén el bosque nos rodeaba a nosotros y a la tienda-. Pero lo hago porque sé que no eres como aparentas, o al menos intentas aparentarlo.
-Aquí no hay sitio para mí -me levanté.
-Eso es lo que piensan todos hasta que se acostumbran -por sus ojos pasó una nube, tan fugaz que casi ni la noté-. Eso fue lo que dije yo cuando era el nuevo.
Intenté no reírme, pero en su lugar, una carcajada ronca me rompió la voz.
-Reige, por favor -puse las manos en la cadera y cambié el peso de un pie a otro-. Eres el típico tío que le cae bien a todo el mundo sin tener que proponérselo.
Eso le saco una media sonrisa, pero aún seguía suetándose las costillas y eso empezaba a molestarme.
-De acuerdo, te acompañaré -se apoyó con todas sus fuerzas para poder levantarse y se dirigió hacia el saco de dormir, el cual dobló rápidamente por la experiencia, cogió un par de bultos más y los metió dentro de una mochila de camuflaje.
-Ni de coña -meneé la cabeza y empecé a caminar de nuevo hacia la salida de la tienda justo en el momento en el que dos soldados, ambas mujeres, pasaban por delante a toda velocidad.
Tragué saliva y di un par de pasos hacia atrás, lo que provocó la risa de Reige. Me giré y lo vi atándose los cordones de unas botas de montaña. Meneó la cabeza y me miró.
-No sobrevivirás tu sola, admítelo -se sentó mientras peleaba con la otra bota para poder atársela.
-He sobrevivido dos días antes de encontrarme con vosotros -sentencié. Llevaba mucho tiempo sin la adrenalina de la supervivencia. Quería, deseaba con todas mis fuerzas, correr en un campo libre, sentir el viento en la cara, encontrar nieve y enterrarme en ella hasta desaparecer.
-Por eso mismo -había terminado de arreglarse y se colocó a mi lado con la mochila colgada del hombro-. Habías sobrevivido sola hasta que te encontraste con nosotros -me tendió una pequeña vaina de cuero ennegrecido con un mango negro que sobresalía, su cuchillo de caza. Negué con la cabeza-. No te lo vas a quedar, es solo para que crean que ha sido mi culpa si nos cogen y no te fusilen.
Cogí el cuchillo y lo saqué de la funda. La hoja estaba desgastada, pero afilada, la punta esta rota por la parte superior, algo que la hacía frágil, pero mortífera si se rompía dentro de la herida de alguien o algo.
Me pasé la lengua por los labios y miré a Reige a los ojos. Pestañeé un par de veces antes de que las palabras consiguieran salir.
- ¿Por qué me ayudas? -Devolví el cuchillo a su sitio.
-No lo sé -negó con la cabeza y se llevó una mano al pelo, donde lo enterró y lo dejó un par de segundos antes de dejarlo caer-. Solo sé que cada vez que te miró por fin tengo esperanzas.
No pude evitar reírme.
- ¿Esperanza? Eso fue lo primero que perdí cuando vi como me arrebataban a mi familia, mi vida, todo lo que conocía y todo lo que me quedaba por conocer -una vez más, empecé a caminar hacia la salida, esta vez seguida por Reige, quien tomó la delantera, para levantar menos sospechas, supuse.
-Pero eso te ha hecho más fuerte -habló cuando creía que ya no lo haría,
Nos estábamos dirigiendo hacia el todoterreno. El todoterreno de mi padre. No había aguantada ni una hora en el campamento. Pero lo que le había dicho a Reige era cierto. No aguantaba este lugar y no aguantaba estar rodeada de humanos, no después de los casi cinco años que había pasado en el hospital con todos esos invasores disfrazados con carne humana.
-Toma -me dio la llave del todoterreno y vigiló que nadie se fijara en nosotros mientras yo abría la puerta del conductor.
Cuando estuve sentada en el volante, a punto de encender el motor, tuve la idea de dejarlo, de no avisarle y largarme, así no le pasaría nada si nos capturaban. No pude, esto de ser humana en compañía de otros humanos no podía ser bueno, pero era lo que era. Y ansíaba compañía de mi propia especie después de tanto tiempo.
Hice rugir el motor para que Reige me mirase y tras una leve sonrisa se subió al asiento del copiloto. Metí marcha atrás y salí del campamento a máxima velocidad.

viernes, 7 de junio de 2013

5. Corazón acelerado. Parte 3.

- ¿Cómo? -Reige casi saltó de la mesa para llegar hasta donde estaba y se inclinó para quedar a mi misma altura.
-Me largo -sentencié-. Aqui no hay nada que me detenga.
Pestañeé rápidamente, que Reige estuviese de pronto tan cerca no me hacía ningún bien. Ahora podía ver que tenía el pelo teñido, seguramente por motivos de pasar desapercibido y las raíces rubias de su pelo natural empezaba a clarear el resto, de un color chocolate. A eso tenia que añadir una barba incipiente que le daba un aspecto un poco mayor. Sus ojos claros me miraban fijamente, me había quedado mirándolo embobada.
-Somos humanos, nos necesitamos los unos a otros -habló él, al tiempo que se sentaba y cruzaba los pies, aún demasiado cerca.
-Yo no -sacudí la cabeza y me eché hacia atrás, algo que fue mala idea, ya que choqué contra la lona e hice que se moviera la tienda entera.
- ¿Cómo que tu no? -Reige frunció el ceño- Tu también eres humana. no niegues lo único que te diferencia de esos bicharracos ahora...
-REIGE -grité con todas mis fuerzas, haciendo que se callase.
Lo miré, impasible. No podía creerme que lo hubiese hecho. Bajó la cabeza y se pasó una mano por el pelo.
-Yo ya no soy humana, al menos por completo -levantó la cabeza y me -miró fijamente-. No sé lo que me hicieron mientras estaba herida, pero me siento diferente. Seguro que Hammond lo sabe gracias a 14.
Reige volvió a fruncir el ceño. Parecía no saber de lo que le estaba hablando, por lo que había supuesto bien en que Hammond no le había contado a nadie sus entradas nocturnas al hospital.
-Experimentaban con nosotros, Reige -hice una pausa para respira. Era una idiota por estar contándole todo esto. Pero necesitaba saber a qué se enfrentaba, todo parecía demasiado bonito en este campamento para ser verdad y eso me olía muy mal, pero Reige no parecía estar involucrado en ello-. Experimentaban con nosotros, con todos nosotros y cuando uno de nosotros moría se llevaban su cuerpo y lo abrían para descubrir el por qué de su muerte. Cuando lo descubrían, modificaban el tratamiento y seguía con el siguiente número.
Tras eso, Reige se dio un par de palmadas en el muslo y se levantó, dirigiéndose a la mesa, donde se apoyó y me miró.
- ¿Cómo sabes todo eso? ¿Cómo sabes lo que hacían con los muertos si tu estás viva? -me señaló con un gesto de la mano y sentí como un puño estrujándome el estómago.
-Porque un amigo mío se quedo mudo por culpa de esos experimentos -me llevé las manos a la cabeza, donde me di cuenta los nudos que se me habían hecho en el pelo por culpa de la persecución en el bosque.
-Lo siento -fue lo único que digo.
Me levanté de la cama y abrí mi maleta. Me quité la camisa de un tirón y me la cambié por un suéter térmico gris. Saqué la foto de 14 de mi bolsillo y la observé durante un rato. Sabía que el chico era 21, pero la chica, es decir, Leire (todavía me resultaba raro pesar en ella como la hermana de Matthew) también estaba ahí, sonriendo a la cámara y eso era algo que no comprendía. ¿Por qué me había dado 14 esta foto?
Pude guardar la foto a tiempo en uno de los múltiples bolsillos de los pantalones antes de que Reige se asomara por detrás de mi hombro, mirando el interior de mi maleta.
- ¿Sólo eso? -Señaló la camisa que acababa de doblada dentro, junto a otros dos de color oscuros y un par de suéteres, junto a la cazadora de mi padre. Un par de pantalones vaqueros de repuesto, un cuchillo militar y otro de caza y una Colt antigua sin balas, la cual cogió.
-No necesito nada más -le cogí la Colt de las manos con un gesto rápido, la devolví a su rincón de la maleta y cerré esta de un tirón.
-Necesitarás mas que una Colt vacía para matarlos, lo sabes, ¿verdad? -me levanté y empecé a dirigirme hacia la entrada de la tienda, obviamente, no lo conseguí. Reige me había cogido de la muñeca y no me dejaba seguir.
-Suéltame, aquí no hay nada que me retenga -tiré de él, pero lo único que conseguí fue que él se moviera conmigo.
-No -negó con la cabeza para darle más enfásis a su palabra-. No irás tu sola, no puedo permitirlo.
Giré sobre mi misma y lo fulminé con la mirada.
-No vas a venir conmigo y es un no rotundo -sentencié antes de que pudiera abrir la boca, di un tirón con fuerza y me solté.
Cuando ya iba a salir al exterior, unos brazos me rodearon y me hicieron volver al interior de la tienda, cayendo al suelo.
Caímos al suelo como unos idiotas, pero lo que más me cabreó fue que Reige se negara a soltarme incluso después del gemido de dolor al caer.
-Si te vas a escapar al menos ten la decencia de salir cuando nadie te vea -me soltó al fin y se tocó una de las costillas, puede que una vieja herida o una nueva que se le acababa de abrir de nuevo.
Yo me quedé sentada frente a él, con un brazo apoyado en la rodilla y mirándole fijamente. ¿Por qué me ayudaba? Puede que antes fuese un comportamiento normal entre los humanos, pero hacía seis años que no veía ninguno sin contar a los infectados y a los experimentos del hospital. ¿Por qué, de pronto, me encontraba con uno que quería ayudarme por encima de todo?
- ¿Por qué lo haces? -Fue lo único que pude preguntarle.

viernes, 31 de mayo de 2013

5. Corazón acelerado. Parte 2.

Hammond, Sean y Leire se me quedaron mirando fijamente, sin atreverse a mover un músculo.
- ¿Cómo? -Sean se adelantó el primero, sin creerse lo que había dicho.
Lo miré, tragándome el nudo de la garganta que me ahogaba la voz.
-Experimentaron conmigo, al igual que con todos los humanos que había en el hospital -tenía ganas de salir corriendo de allí. Ellos estaban completamente armados y yo, con nada. Solo una maleta y la foto que me había dado 14 me acompañaban.
- ¿Hay más humanos? -Reige se adelantó junto a Sean. Ya no había nadie que evitase que los de fuera entrasen en la caseta.
-Sabes muy bien donde, Reige -se enfureció Hammond, mirándolo con furia-. Y también sabes que no pienso arriesgarme a ir allí. Nuestro contacto dentro dice que todavía no es el momento.
Me giré hacia él. Comprendí de pronto una cosa.
-Tú eres el que hablaba con 14 hace tres días -intentó ocultarlo, pero yo sabía que lo había pillado-. Joder, ¿por qué no me lo habías dicho? -grité sin dirigirme a nadie.
- ¿De quién estás hablando? -Hammond hizo su voz más grave, como si quisiera echarle la bronca  a un niño pequeño.
-Tú eres el tío con el que habló 14 el día que me fui del hospital -lo fulminé con la mirada, completamente cabreada. ¿Se puede saber cómo coño conseguiste salir y entrar sin que te detectarán?
Me giré para enfrentarme con Hammond, ya completamente cabreada y perdiendo los pocos nervios que me quedaban.
En cambio, una mano se posó en mi hombro y lo apretó con suavidad. Me giré con lentitud, solo para encontrarme con la cara relajada de Reige, mirándome como si me entendiera pero no quisiera que me enfretase con su jefe.
-Él no es el contacto, sino yo -bajó la mano de mi hombro y se la llevó a la culata de la pistola que llevaba en el cinto.
Me lo quedé mirando un par de segundos. Había algo que no encajaba y yo no era capaz de dar con qué. Hacía mucho tiempo que algo así no me mantenía pegada al suelo.
Reige me aguantó la mirada. Paciencia y fuerza era lo que demostraba su figura relajada, algo de lo que yo carecía en ese momento. Por mi mente pasaron miles de planes de huida. Sí, huir de ese campamento de humanos, donde, de un momento a otro, ya no me sentiría como en casa. Llevaba demasiado tiempo huyendo, demasiado tiempo rodeado de impostores con máscaras humanas como para sentirme a gusto aquí.
Esperaba que Hammond no hubiese advertido las emociones que cruzaban mi cabeza a través de mi cara, pero me miraba fijamente y eso no conseguía calmarme.
De nuevo, Reige fue el único en darse cuenta (o el único lo suficientemente estúpido como para intervenir) de la tensión que llenaba el aire. En un par de pasos, me había sujetado por el codo y me arrastraba hacia el exterior de la tienda.
Llegué a escuchar los murmullos apagados de Sean, Leire y Hammond cuando salímos de la tienda.
Reige me llevó hasta otra tienda algo más alejada de las demás, justo en el margen del claro en el que estaba el campamento.
Con otro movimiento del brazo me llevó hasta su interior, donde un saco de dormir bien doblado y una mesa de camping era lo único que habia en el interior. Nada mas entrar, se despojó del fusil de asalto y de la Colt que llevaba prendada en el bolsillo. ¿En serio? Este tío es idiota si cree que no aprovecharé la oportunidad.
-No vuelvas a hacer eso -soltó de pronto.
Fruncí el ceño y lo miré, completamente extrañada.
- ¿Qué quieres decir? -Alcé la vista, donde solo me separaba unos veinte centímetros del techo de la campaña. Para ser un segundo al mando, o al menos eso es lo que había demostrado durante todo el camino, Reige vivía bastante modestamente.
-No vuelvas a enfrentarte a Hammond de ese modo -me dio la espalda, revisando el fusil y quitándole las balas a la Colt. Asentí con la cabeza, yo en su lugar habría hecho lo mismo-. Es un idiota redomado, pero es nuestro líder y no sabes lo que me duele decir esto, pero si no fuera por él, haría mucho tiempo que los invasores nos habrían atrapado.
- ¿Asi que es un genio? -Me senté en el saco de dormir y me sorprendí de lo suave que era al tacto, al bajar la vista descubrí que el interior estaba forrado con lana de oveja.
Reige se apoyóen la mesa e inclinó la cabeza.
-No, no lo es. Pero sabe anteponer a los demás a él mismo cuando se trata de salvarnos -tamborileó con los dedos en la mesa y se sentó en ella.
Asentí con la cabeza. Era el momento de ser sincera. No sabía exactament porqué, pero tenía la corazonada de que podía confiar en él, o tal vez solo fuera uno de esos chicos en los que se confía automáticamente por su carácter.
-Me voy de aquí.

viernes, 24 de mayo de 2013

5. Corazón acelerado. Parte 1.

Aparté la mirada de Leire y miré al frente, donde, como por arte de magia, había aparecido un campamento.
Un campamento de humanos.
No había más de una veintena. Pero eran humanos, todos y cada uno de ellos.
No pude evitar mirarlo todo como si fuera una idiota. Hasta que Reige golpeó con los nudillos mi puerta y la abría con delicadeza y un brillo especial en los ojos.
-Bienvenida -sonrió.
Me bajé del coche y salté. Todo a mí alrededor se desarrollaba como un maravilloso sueño. No podía creerme que, después de ocho años, pudiese ver a tantos como yo juntos.
Seguíamos siendo pocos, pero ver a más de un par de humanos a la vez hacía que mi corazón se acelerase.
No pude evitar sonreír.
Hammond y Leire entraron en mi campo de visión mientras Sean me indicaba con un gesto de cabeza que les siguiera. Mientras, él y Reige cerraban la marcha cubriéndome las espaldas, o tal vez para asegurarse de que no intentaba hacer nada estúpido.
Había unas pocas tiendas de campaña que a lo sumo podrían albergar cinco personas cada uno. Exceptuando esas tiendas grandes que siempre has visto en las películas de fin del mundo. Donde el comandante de la revolución tramaba todos los planes para acabar con los invasores.
nos dirigimos directamente hacia esa enorme tienda de campaña de color oscuro y nos metimos dentro bajo la atenta mirada del resto de humanos del campamento.
Reige se encargó de cerrar la lona cuando entramos en la tienda, quedándose ahí para evitar que nadie entrara. De repente, su rostro se volvió serio.
Sean se sentó en unas pequeñas sillas de lona junto a Leire, dejando a Hammond solo tras un escritorio improvisado sobre el que había extendidos mapas de la zona con todo lujo de detalles.
Éste me miró y me hizo un gesto con la cabeza para que me colocase a su lado. Al acercarme, señaló con un dedo un punto dentro de la gran mancha verde que había entre el estado de Washington y la frontera con Canadá. Al fijarme, vi que casi estaba en Canadá.
¿Cómo era eso posible? Cuando consiguieron capturarme los invasores, yo estaba en Alabama, justo al otro lado del continente. Y también había estado consciente durante todo el trayecto de traslado. No tardamos más de un par de horas en llegar al hospital ¿Cómo lo habían hecho?
Fruncí el ceño y pestañeé un par de veces antes de que Hammond se decidiese a hablar.
-Estamos aquí -tocó el punto donde Estados Unidos se separaba del mar, cerca de la Columbia Británica-. En la frontera con Canadá. El último kilómetro cuadrado que nos quedaba por registrar en busca de supervivientes. Sé que te ha ido bastante bien en estos últimos ocho años, pero, tengo que preguntarlo. ¿Cómo lo has conseguido?
Suspiré. Aquí viene lo difícil.
-Pues no lo conseguí -los ojos oscuros de Hammond se clavaron en mí.
- ¿Qué quieres decir? -Su voz parecía a punto de romperse.
-Pues que me capturaron -escuché el clic de un seguro al quitarse-. Fue tres años después de la invasión. Consiguieron acorralarme y reducirme. Eso sucedió en Alabama.
Me encogí de hombros, quitándole importancia. Si descubrían lo que me habían hecho durante estos cinco años en los que había estado encerrado, podía darme por muerta.
- ¿Y? -Preguntó Reige desde la entrada.
Sacudí la cabeza y suspiré.
-Me arrastraron hasta aquí amordazada y he estado estos cinco años en un hospital a unos cien kilómetros de aquí -terminé por decir. Prefería que supiera algo de la verdad y no investigaran más sobre mi pasado acompañada de los invasores.
Por el rabillo del ojo pude ver como a Hammond se le levantaba una ceja a causa de un tic nervioso.
- ¿Qué pasó en ese hospital? -Terminó por preguntar.
-Lo suficiente como para que haya escapado.
Leire se acercó a la mesa y apoyó las manos en ella.
- ¿Qué más? -Sus ojos se clavaron en los míos.
-Las primeras semanas me torturaron y dieron palizas para que hablase -todo eso era verdad. Todavía era capaz de recordar esas palizas mortales que me daban los de seguridad-. Me preguntaban por el paradero por cualquier otro humano o si yo iba sola -sacudí la cabeza y fijé la mirada en el mapa de Washington.
No pareció suficiente para Leire.
- ¿Y ya está? -Se adelantó, quizás para llamar mi atención.
Negué con la cabeza, pero no hablé.
Hammond se acercó a mí. Tal vez para intentar intimidarme con su presencia.
-Espero que no haya nada importante que nos estés ocultando, Scarlett -la voz de Hammond retumbó en mi oído a causa de la distancia.
-Al ver que no les iba a decir nada... -suspiré con fuerza. No podía. Simplemente, no podía decírselo.
- ¿Qué? -Me instó Hammond.
-Experimentaron conmigo -terminé por decir antes de que la presión acabara conmigo.

viernes, 17 de mayo de 2013

4. Piernas en movimiento. Parte 5.

Seguí mirando al frente, pensando en sus palabras.
Eran los últimos, pero como él mismo había dicho, los últimos de Norte América. Podíamos ser muchos más, podíamos volver a conquistar la Tierra para que todo volviera a su curso.
- ¿Estás completamente seguro? -Tuve que preguntarlo.
-Hemos registrado hasta la última piedra de este lugar. Washington era el último estado que nos quedaba por reconocer, y en toda su extensión solo nos hemos topado contigo -Hammond también estaba muy seguro de sus palabras.
- ¿Habéis pensando en que a lo mejor estamos todo escondidos? -Me aferré a esa esperanza.
-Hemos buscado por todas partes. Tenemos nuestros métodos para encontrar a los que son como nosotros. Sino, no te habríamos encontrado a ti -vuelve a ser Hammond el que habla.
Reige no puede evitar reírse de su compañero.
-Encontramos a esta chica porque sin querer se descubrió a sí misma, no por tu agudo sentido del olfato, Hammond -agarró con fuerza el volante y giró en una curva que no existía mientras se aguantaba el partirse de risa. Algo que hizo que yo misma terminara sonriendo en contra de lo que hubiese querido antes. No podía evitar que Reige me cayera bien desde el principio. Era como ese tipo de personas que tienen que caer bien a la gente a propósito y que es imposible de llevarse mal con él, es su forma de ser y, a pesar de que estemos en el fin del mundo, era algo que echaba de menos.
-Reige, no es momento para bromas -lo reprimió Leire, aunque ella también se estuviese aguantando las ganas de reír.
De pronto, sentí como un sentimiento cálido en la boca del estómago. Felicidad, el ver como todavía existía ese sentimiento de compañía y camaradería entre ellos ante todo. Crispé los puños y miré por la ventanilla mientras Hammond fruncía el ceño y el único que se reía libremente era Reige, mientras Sean y Leire intentaban aguantar la risa.
Esta era otra de las cosas que echaba de menos de la humanidad aunque no me hubiese dado cuenta hasta ahora. El hecho de poder reír sin tener que vigilar cada esquina, pendiente de ningún peligro.
Sin embargo, me recordaba a mi familia y a lo fácil que era vivir antes de la invasión. Todo el mundo se quejaba de cosas sin importancia y que, de una manera u otra, conseguían librarse. Todo eso había pasado a la historia.
Hammond tiró del cuello de su camiseta justo en el momento en el que yo miraba por la ventana y me quedaba completamente seria durante un milisegundo antes de volver a sonreír.
- ¿Qué pasa? -Se adelantó en el asiento y tocó mi hombro para después señalar el bosque que nos rodeaba por los cuatro costados.
Pestañeé al mirarlo.
-Nada -y me limité a negar con la cabeza.
Me hundí en el asiento del copiloto  esperé a que dejara de fijarse en mí. Reige y Leire parecieron darse cuenta de ello, ya que la segunda le dio un pequeño codazo a su líder y me miró significativamente mientras yo los observaba a través del retrovisor.
-Cuando lleguemos al campamento -Hammond volvió a hablar, sin hacer caso del codazo de Leire y sus miradas fulminantes-. No hables con nadie a no ser que nosotros te lo digamos.
- ¿Y eso por qué? -Fruncí el ceño-. No soy ninguna criminal y tampoco soy una invasora.
Esta vez fue Sean quien se adelantó, tiraba de un hilo que le sobresalía del suéter.
- ¿Invasora? -Volvió a fruncir el ceño hasta que pareció comprenderlo y rompió a reír.
- ¿Qué es lo que te hace tanta gracia? -Hammond parecía que estaba bastante enfadado-. Esos insectos han estado aquí ocho años, destruyéndonos poco a poco. Y a ti te hace gracias que ella los llame invasores, eres de lo que no hay Sean.
- Pero es que es cierto, son unos invasores -replicó Reige.
-Se terminó el tema, Reige -Hammond parecía realmente enfadado, por lo que deduje que entre Reige y Sean sabían buscarle muy bien las cosquillas y reírse así de él un rato. Las únicas que en ese momento no reíamos a carcajada limpia éramos Leire y yo, que nos mirábamos fijamente.
Terminé por morderme el labio, sonreír y mirar de nuevo hacia adelante mientras Hammond se abalanzaba sobre Sean y este reía mientras lo esquivaba con facilidad.
De repente, se hizo el silencio dentro del todoterreno.
Reige paró por completo y tiró del freno de mano para asegurarse antes de bajarse y dar la vuelta a la parte trasera del coche y abría el maletero.
Sean y Hammond también estaban callados y se bajaban del coche como si no hubiesen estado peleándose como dos niños apenas unos segundos antes.
Solo Leire se quedó conmigo en el interior.
-Hemos llegado -se limitó a decir.


viernes, 10 de mayo de 2013

4. Piernas en movimiento. Parte 4.

Intenté mantener la calma mientras sentía el peso de la mirada de Leire en mi nuca.
¿Cómo podía ser esto posible? Después de ocho años de la Invasión, todos los humanos han sido eliminados o sus cuerpos habían sido ocupados por alienígenas. Y ahora resulta que he encontrado el todoterreno de mi padre y a la hermana de Matthew en el mismo sitio. Todo esto me estaba empezando a dar mala espina. Para mi forma de ver, nada pasaba por casualidad y si todo esto eran señales de algo más gordo iba a pasar, quería saber por qué.
Miré como quien no quiere la cosa por última vez la foto, donde Matthew y Leire parecía tan felices juntos antes de que todo se torciera y terminase como estábamos ahora.
Una vez más, los ojos verdes oscuros de Leire me miraban fijamente a través del retrovisor delantero. Como si me hubiera leído el pensamiento, miró la mano que guardaba la foto en el bolsillo interior de mi chaqueta. Ella había sido la que había decidido que iría con ellos hasta el campamento, por lo que, gracias a ella, estaba todavía viva. Sin embargo, ahora que sospechaba que podría haber visto el contenido de la foto, temía que no me mirase de la misma manera y que si hubiese cambiado al bando de los que me tenían ojeriza.
Reige, no obstante, parecía que seguía empeñado en que entablase conversación con él. Como si no hubiese sido yo la que estaba en el bosque perdida y alejada de los míos durante tanto tiempo.
- ¿Cuánto tiempo llevas huyendo? -Tamborileó con los dedos en el volante.
-Desde la Invasión -en cierto modo, era verdad. Siempre había intentado escapar desde que me habían encerrado en el hospital cinco años atrás, pero ahora que había conseguido escaparme, pasaba exactamente lo mismo, tenía que seguir huyendo.
-No te habíamos visto hasta ahora -siguió mientras miraba a ambos lados de la vegetación-. ¿De dónde eres?
Tragué saliva.
-Europa -me acomodé en el asiento, no por incomodidad física, sino porque ahora Hammond se había unido a la vigilancia visual de Leire.
El ceño de Reige se frunció. Vaya, eso no se lo esperaba. Diría toda la verdad posible, omitiendo las partes obvias. Todavía no confiaba en ellos, ni creía que nunca fuera a confiar en ellos, no después de lo que había pasado a más de siete mil millones de personas.
-Vaya, Europa -cambió la marcha y siguió un poco más rápido mientras miraba el cielo con nerviosismo. Tamborileó los dedos en el volante-. Entonces estás muy lejos de casa, creo -añadió en el último momento.
-Sí, mi familia era de Europa, de Bulgaria. Aunque yo nací en Bilbao, durante la segunda luna de miel de mis padres, fue de forma inesperada. Siempre se rieron de que yo no quería irme de España y que por eso nací dos días antes de la vuelta.
Hacía demasiado tiempo que no hablaba de mi familia, ni siquiera con Matthew y 14, por lo que la lengua se me soltó demasiado rápido y no pude evitar soltarlo todo.
Les sorprendió a todos. Se quedaron callados, mas de lo que estaban y me miraban fijamente, menos Reige, que intentaba mantener su atención en la carretera. Me complació, hacia demasiado tiempo que no hablaba con nadie que no fuera 21 o 14 sinceramente. Sentaba muy bien.
Después de todo, parecía que había echado de menos la humanidad que me rodeaba.
Creo que no me divertía de ese modo desde hacía mucho tiempo.
-Eso está muy bien. Familia -habló por primera vez Sean, su voz, ronca, afianzaba aún más su cargo, si es que eso era posible-. Cuando llegues a la base puede que también termine, con el tiempo, siendo una familia para ti. Somos los últimos.
La última frase tensó mis músculos. Yo no había huido de los invasores en busca de una familia, sino de poder ser libre otra vez, de poder ir a donde quiera sin que nadie me dijera si estaba permitido o no. Sin tener que estar temiendo si al día siguiente me iban a inyectar un nuevo suero como cobaya, y que, posiblemente, sus efectos secundarios me matarían.
- ¿Cómo estás tan seguro? -No me giré en el asiento para evitar que viese mi gesto crispado, estaba a punto de perder los nervios. Siempre había sabido que no sobreviviríamos muchos, pero, ¿esto?
-Porque ya nos hemos recorrido toda América del Norte y somos los únicos supervivientes -se limitó a decir.

viernes, 3 de mayo de 2013

4. Piernas en movimiento. Parte 3.

Intenté deshacerme suavemente del abrazo de Leire, pero no lo conseguí. Después me di cuenta de que lo único que quería era protegerme de lo podría hacer el rubio.
- ¿Cómo sabes que es humana? -El ceño se le frunció y que tuviese el pelo rapado mostró una cicatriz que le recorría del cuello hasta la sien por detrás de la oreja izquierda.
-Si no fuera así, no nos habría respondido con tanto aplomo. Se habría puesto a lloriquear por su vida y decirnos que no quería hacernos daño, que vienen en son de paz y esas cosas.
Me miró y me apretó la mano en el hombro, contacto con el que me encogí y me gané una mirada extrañada de Hammond y el rubio, que, ahora que me fijaba, casi parecían hermanos.
El último terminó por sacudir la cabeza y asintió poco después, como rindiéndose.
-De acuerdo, Leire. Lo que tú digas -hizo un gesto con la mano y se alejó.
De pronto, otra mano palmeó mi hombro y me encontré con unos ojos grises mirándome fijamente.
-No hagas caso a Sean, no solemos ver a muchos de los nuestros a no ser que estemos en el campamento. Por eso se comporta así.
Otro dato que recopilar. La mujer se llamaba Leire y el otro, el rubio ceniza que parecía ser el líder de los cuatro, Sean. Y habían dicho que había un campamento, con suerte, con más humanos.
Leire agarró una vez más mi hombro y me hizo volverme y caminar. Caminé a su lado los doce kilómetros que había estado huyendo, por lo que, lo que antes había hecho en menos de quince minutos, ahora tardamos casi una hora en cubrirlo. Mientras caminábamos, Sean abría la marcha y el resto estaba pendiente a los flancos, mientras Leire y yo la cerrábamos, vigilando la retaguardia.
Cuando al final llegamos al todoterreno, pude ver que se trataba de un Chevrolet Trax negro como el que había tenido mi padre antes. Eso me puso sobre aviso, algo así no pasaba todos los días, por lo que pasé al lado del parachoques delantero con disimulo, miré la mella que yo le había hecho al huir de Prada después de la Invasión con mi hermano mayor. Eso era imposible.
- ¿Cómo conseguisteis el coche? -Seguí dando la vuelta para no levantar sospechas. Esperaba que no se hubieran dado cuenta de que me había parado al lado de la puerta delante del piloto, donde había rayado las iniciales de mi familia la semana siguiente después que mi padre comprara el coche. Todo encajaba. ¿Cómo lo habían conseguido? ¿Había sido simple casualidad?
-Lo encontramos abandonado en el puerto de California -habló Hammond. El miletar se encogió de hombros y subió a la parte trasera del coche.
- ¿Abandonado? -Fruncí el ceño, confusa. Eso era imposible, los invasores no lo habrían permitido.
Esta vez, Reige se adelantó y me abrió la puerta del copiloto, a lo que no pude evitar volver a fruncir el ceño.
-Sí, estaba abandonado en el puerto como si no valiera. Vale que el depósito estuviese vacío, pero esos cabrones saben poner gasolina -al ver que no subía, dejó la puerta abierta y se subió por el lado del piloto y al ver como el resto de ponía en la parte trasera, no tuve mas remedio que entrar.
El interior de cuero color beige era exactamente igual que como lo reordaba. Pero, ¿si yo lo había dejado en Europa antes de conseguir llegar a Estados Unidos?
Automáticamente, pasé la mano por debajo del asiento adecuarlo a mí, como siempre así antes, aunque ya estuviese más que acomodado. La palanaca hizo un suave clic y un papelio cayó en mi mano, sonreí.
En ese momento escuché el sonido de vacío que hizo el maletero del coche cuando se cerró después de que Leire pusiera mi maleta dentro, había intentado que no me la quitaran, pero si no quería que la inspeccionase y descubriesen todo lo que había dentro, tendría que aguantarme.
Guardé rápidamente la mano con el papelito en el bolsillo del vaquero, donde lo junté a la foto que me había dado 14. La foto. Casi me había olvidado de ella después de la huida a toda prisa de los invasores.
Cogí la foto que me había dado 14 antes de irme del hospital. Intenté cogerla sin que se saliera el otro papel, el que había coseguido recuperar después de casi cinco años. Saqué el cuadrado de papel del bolsillo y lo puse entre mis piernas.
Era una foto, con un niño y una chica posando juntos, en la típica pose de hermanos, tirados en la hierba con un par de gatos a su alrededor enzarzados en una pelea jugetona y un loro gris africano en la cabeza del niño, mirando hacia la cámara como si de verdad supiera posar.
El niño, con el pelo negro tinta y los ojos verdes del niño me recordaba mortalmente a alguien que yo conocía desde hacía mucho tiempo, pero no conseguía recordar a quién. Estaba segura que en el chico que se había convertido ese niño no había cambiado en lo esencial, pero había algo que lo diferenciara.
Entrecerré los ojos y miré mejor. La chica, de pelo largo y oscuro, también me recuerda a alguien, tengo en la punta de la lengua su nombre. Su pose sigue siendo tan agresiva como antes, parece que estaba predestinada a que todo esto pasara y nos encontrásemos. Entonces, cuando subí la vista hacia el retrovisor, donde se reflejaba ahora una mujer con el pelo corto y los ojos oscuros me miraba fijamente.
La chica era Leire y ésta me miraba fijamente, casi como si pudiera leerme el pensamiento. Volví la vista a la foto, donde por fin me había acordado de donde había visto a ese chico antes. 21. Matthew.
Matthew y Leire son hermanos.

viernes, 26 de abril de 2013

4. Piernas en movimiento. Parte 2.

-Puede que sea un invasor o no, pero si me vais a matar, hacerlo ya -no pude aguantarme al ver como me miraban. Podía parecer que me comportaba como un cervatillo acorralado por una manada de leones, pero yo también había huido para evitar que me atraparan los invasores, y ahora que formaba parte de sus experimentos, no sabía si los humanos a los que pertenecía me verían como un monstruo o como alguien que ha tenido la mala suerte de ser atrapada.
Se echaron hacía atrás y abrieron muchos los ojos, sobretodo la mujer y el militar, que se miraron. El segundo se llevó la mano a la cintura y sacó un walkie-talkie. Se alejó un par de metros de nosotros y empezó a hablar con el que estaba al otro lado de la línea.
El de los ojos grises todavía seguía a mí lado, con la mano alzada para tocar mi cara congelada en el aire. Sin venir a cuento, se dejó caer en el suelo lleno de pinocha del bosque y sonrió.
-Vaya, si habla y todo.
Fruncí el ceño y lo miré. Claro que hablaba. Que hiciera después de haberles dicho mi nombre y dejarme revisar como si fuera cualquiera. No tenía nada que temer de ellos, a pesar de que tuvieran armas y me superasen en número. Estaba casi segura de que podría con ellos y los dejaría el tiempo suficiente fuera de combate como para hacerme cargo de la situación y que los papeles se intercambiasen.
El de los ojos grises, o Reige, como había dicho que se llamaba, sonrió de nuevo mirando a la chica y al líder del grupo.
-Estoy seguro de que es humana -apoyó un brazo en la pierna y me miró-. Si no, no habrías contestado así, eso te lo puedo asegurar.
Le miré fijamente, ¿quién se creía para hablarme así? Ni siquiera cuando los humanos sobrábamos y pululábamos por ahí, dejaba que nadie me llamara de esa manera. Fruncí el ceño y entrecerré los ojos. Ese era una de las señales que había a entender después de la invasión, nunca trates de llevarte bien con alguien que miraba como yo en ese momento.
El chico pareció pillar la indirecta, porque se echó hacia atrás y dejó caer las manos a ambos lados. Dejando a mi alcance el cuchillo de caza que tenía metido dentro de la bota derecha. Bajé la mirada solo un segundo, pero bastó para que el rubio me viese y se agachara al lado de Reige, poniéndole a este una mano en el hombro para llamar su atención. Reige enseguida le miró y comprendió. Movió la pierna derecha y la dejó fuera de mi alcance, cruzándolas y agarrándose los tobillos con las manos.
-Hammond, que tal si la llevamos al campamento -la mujer se acercó, alejándose del otro, que todavía seguía hablando enfurecido con el que estaba al otro lado de la línea-. Al menos allí podremos interrogarla con mejores medios y no en medio de la selva.
El rubio, que todavía agarraba el hombro de Reige, giró la cabeza, por lo que él sería Hammond. Intenté recordar los nombres de los que había dicho entre ellos. El de los ojos grises y pelo castaño revuelto y corto se llamba Reige, un nombre que no había escuchado nunca, por lo que debería ser típico de Estados Unidos, ya que, mientras estaba en Europa, antes de la Invasión ocho años atrás, no lo había escuchado antes. El otro, Hammond, el tío del pelo rubio ceniza y barba de tres días junto a la chaqueta de caza. Datos que eran importante recordar.
Me giré, intentando acomodarme mientras recordaba el viejo continente a la vez que miraba a mi alrededor. La mujer estaba a unos diez metros de mí, al igual que de sus dos compañeros. El otro, el militar de pelo rapado, con una barba incipiente y los vaqueros claros y el suéter oscuro, seguía hablando por el walkie-talkie, aunque ahora lo hacía más tranquilo y de manera lenta, como si estuviese repitiendo por tercera vez algo y quisiera asegurarse de que lo entendían.
La mujer, para mi sorpresa, se acercó. Me miró de arriba a abajo, se agachó y me extendió una mano abierta. Sino hubiese sido imposible, hubiese pensado que estaba sonriendo.
-Me llamo Leire. Es un placer -cerré y abrí los ojos, confundida ¿un placer? Dudé antes de levantar mi mano y estrechar la que me ofrecía-. Hace mucho tiempo que no veíamos a otro humano libre como tú.
Por un momento, intenté no reírme, ¿humana libre? Si supieran de dónde me había escapado no pensaría eso, de eso estoy segura. No puede evitarlo mucho tiempo, pues, al mismo tiempo que me estrechaba la mano, tiró de mí y me levantó.
-Igualmente -fue lo único que pude responderle.
Reige y Hammond se quedaron mirándola, mientras que el otro se guardaba el walkie-talkie en un bolsillo y se acercaba. Leire todavía agarraba mi mano, no sé si fue eso lo que le puso sobre aviso.
- ¿Qué haces? -Preguntó, severo. Ahora estaba claro quien era el que mandaba entre los cinco.
Leire lo miró desafiante.
-Es humana, nos la llevamos al campamento -lo desafió con la mirada y me atrajo hacia a ella, pasándome un brazo por los hombros y estrechándome como si fuéramos viejas amigas.

viernes, 19 de abril de 2013

4. Piernas en movimiento. Parte 1.

La culata del rifle me golpeó y me hizo caer al suelo. Conseguí darme cuenta enseguida de que me habían rodeado y de que yo no había sido capaz de darme cuenta de ello. Me sentía estúpida por haber fallado en algo tan tonto como lo era el hecho de comprobar los alrededores cuando había más de un perseguidor siguiéndote la pista.
Tuve tiempo de girarme y apoyar los brazos en las hojas, pero una bota con punta de acero me dio en el brazo, por lo que fue mi cabeza lo que terminó por golpear el suelo lleno de hojas secas.
Escuché el sonido de un arma a la que se le quita el seguro y me puse tensa. Hacía cinco años que no escuchaba ese sonido, cuando yo misma le había quitado a mi escopeta recortada el seguro para llevarme por delante a todos los invasores que intentasen atraparme o acorralarme.
Ya en el suelo, escupí la sangre por el labio partido a causa del segundo golpe de la bota, cuando ya estaba en el suelo. Me apoyé con todas mis fuerzas en los brazos y apoyé la espalda en el tronco del pino que estaba a mi lado. Solo pude alzar la cabeza al mismo tiempo que la misma bota se alzaba para darme otro golpe. Conseguí evitarlo por milímetros, acabando de nuevo tirada en el suelo. Si eran humanos, ¿por qué hacían esto? Me reí de mi estupidez. Sí, eran humanos y yo había huído de ellos cuando me descubrieron, yo también habría ido en mi persecucción.
Escupí otra vez sangre y me la limpié con el dorso de la mano. Alcé la cabeza y miré fijamente al militar. ¿Tanto había cambiado que ni otro humano era capaz de reconocerme? Joder, era humana, al igual que él. Estaba huyendo porque creía que era una partida de invasores y esto es lo que me había costado me equivocación. Que ellos me confundieran con uno de sus insectos y me persiguieran como a una presa que había que abatir.
La chica llegó junto al que había estado escuchando música, donde los auriculares todavía seguían colgando del cuello de su camisa de cuadros oscuros. Entonces, ¿habían cuatro humanos?
Me giré a mirar al que me había dado los dos golpes, o lo había intentado con las botas de punta de acero. Mediría casi el metro noventa, con unos ojos oscuros que casi se fundían con la pupila y el pelo de un color rubio ceniza que me había acostumbrado a no ver desde que había escapado de California seis años atras, junto a una barba de unos tres días que le daban un aspecto aún más serio del que ya tenía, a pesar del ceño fruncido.
El chico de los auriculares, era algo más bajito, pero aún así casi lo alcanzaba, se parecía físicamente, al igual que el otro hombre, pero este tenía los ojos grises y pelo castaño y corto revuelto por culpa de la carrera. El militar rapado se encontraba a su lado y sus ojos miel claro parecían casi dorados y reflejaban la brillante luz del sol que atrevesaba las ramas de los pinos.
La chica o mujer, que ya tendría unos treinta y pico se me quedó mirando fijamente con sus ojos verdes oscuros mientras yo hacía lo mismo con el militar. Tenía el pelo corto estilo garçon. Me imaginé que sería para mayor comodidad a la hora de combatir y de que no le molestara mientras corría por el bosque.
Me pasé la lengua por los labios por miedo a que la sangre que tenía se secara y después se me agrietarán aún más. El gesto les distrajo y podría haber aprovechado para huir, pero podría haber recibido una bala en la espalda por ello. No pensaba morir por uno de los míos y menos mientras que pensaran que yo era uno de los invasores. Había escapado para sobrevivir, no para que me enterraran a los dos días.
- ¿Qué crees? ¿La matamos? -El chico de los auriculares tenía la voz tranquila y no agitada, no respiraba entrecortadamente ni parecía faltarle el aire, como si no hubiese estado persiguiéndome durante doce kilómetros. Además de demostrar que era el más joven de los cuatros cazadores.
El militar negó con la cabeza una milésima antes que la mujer.
-No sabemos si es una de ellos, o es como nosotros -su voz, grave, parecía irle al pelo, como si hubiese nacido con el propósito de mandar y no ser mandado.
Esta vez fue el otro chico, el de los ojos oscuros y el pelo rubio el que me miró de arriba a abajo como si me viera por primera vez.
-Parece humana -miró al militar, el que parecía el jefe del grupo. Después volvió a mirarme a mí-. Pero nunca se sabe, puede ser una nueva treta de esos desgraciados.
-Si es uno de ellos, están consiguiendo parecerse mucho a nosotros -el joven, donde todavía colgaban los auriculares y me golpearon la cara al agacharse a mi lado. Me miró fijamente, como si estuviera buscando algo que no debería estar ahí-. Ya ni siquiera los ojos los delatan.
Acercó una mano a mi cara e institivamente me eché hacia atrás, algo que hizo que el del pelo rubio, que parecía ser su hermano, bajó la mano hacía el cuchillo que tenía en la funda del tobillo por encima de la bota militar.
Yo relajé los hombros en vista de que podrían echárseme encima si hacia cualquier gesto demasiado brusco para su gusto. Por lo que dejé que eljoven rozara mi cara con el dorso de la mano mientras las venas del cuello se me marcaba por la tensión, al igual que me esforzaba por mantener las manos cerradas en puños para evitar pegarle.
Sonrió, algo que hizo, que, inexplicablemente, me relajase y le dejase hacer.
Pasó la mano por toda mi cara y me abrió los ojos y la boca varias veces para asegurarse de que todo estaba en su sitio y de que no había nada demasiado extraño como para delatar a un invasor.
- ¿Cómo te llamas? -Hizo un alto y me miró, sentándose a mi lado bajo la mirada vigilante de los otros tres. Al no responderle, adelantó la mano y añadió-. Mi nombre es Reige, ¿y el tuyo?
Tragué saliva.
-Scarlett.

viernes, 12 de abril de 2013

3. Muéstrame tus manos. Parte 5.

Salté un árbol caído que se interponía en mi camino. Seguí su línea hasta llegar al pequeño risco de dos metros de altura que me escondía de las personas que estuvieran en el sendero. Si era necesario, podía utilizar el enorme tronco del árbol para esconderme de sus miradas mientras yo les observaba sin ser vista.
En el camino que yo había abandonado la noche anterior se encontraban varias personas junto a un vehículo grande y todoterreno de aspecto de estar blindado, junto a las rejillas de hierro que tenía en el parachoques delantero.
Fruncí el ceño. Era extraño que los ocupantes tuvieran un vehículo de esas características para cualquier cosa. Ellos habían llegado aquí con el sello de la paz camuflada y seguía con esa fachada para atrapar a los últimos hombres libres quedaban.
En ese momento había un hombre, con unos pantalones vaqueros claros y suéter de color oscuro que parecía haber visto tiempo mejores, con los puños deshilachados y el color desteñido en la parte del cuello y la espalda donde el sudor podría haberle quitado el color. Llevaba botas anchas de una marca militar. Puede que hubiese sido un soldado en un tiempo anterior.
Detrás de él, se bajó una mujer alta y delgada, puede que solo un poco mayor que el soldado que ya estaba fuera. Una camisilla de tirantes blanca la hacían destacar en la monotonía parda y verde que la rodeaba. Tenía un cuchillo de caza en el cinturón que sujetaba unos pantalones militares de camuflaje y unas botas de montaña desgastadas y casi del mismo color que el barro seco. Esperé a que el tercer personaje, el que parecía encargarse de llevar el todoterreno por el camino también bajase del vehículo, pero no lo hizo. Se quedó donde estaba, tamborileando con los dedos en el volante mientras movía la cabeza al ritmo de la música de sus auriculares. Música. Hacía tanto tiempo que no utilizaba esa palabra. Me traía buenos recuerdos desde que era muy pequeña, me había traído la felicidad familiar de cuando nos reuníamos toda la familia en las fiestas navideñas alrededor del piano mientras mi hermano tocaba villancicos.
En vez de él, de la parte de atrás del todoterreno salió un tío con el pelo rubio ceniza corto con una barba de unos tres días que lo hacía contrastar con el resto de sus compañeros, parecía que tenía los ojos oscuros, junto a una chaqueta de caza recia y de color marrón oscuro y unos vaqueros negros.
Sacudí la cabeza, no podía dejar que los recuerdos me invadieran ahora, sobre todo cuando estaba en plena huida de los invasores. Tenía que averiguar quiénes eran esas personas que estaban ahí y si era a mí a quien estaban buscando, porque estaba claro que buscaban algo.
El hombre que estaba junto a la mujer, el del sueter gastado, de gesto serio y ceño fruncido, tenía el pelo casi rapado al cero, una barba incipiente y unas manos enguantadas en guantes sin dedos. Parecía un militar, incluso un mercenario si se le añadía la funda donde guardaba un cuchillo de caza enganchada al cinturón. Al lado de la funda del cuchillo, había otro para una pistola, estaba vacía, subí la mirada y vi que tenía la pistola en la mano y que el militar estaba mirando en mí dirección.
Tensé el cuerpo, era imposible que me hubiese visto. Estaba bien escondida, me había asegurado de ello, de lo contrario, no me hubiese atrevido a acercarme tanto. Estaba segura de que las raíces del árbol eran lo suficientemente densas y entretejidas entre sí como para que me permitiese ver sin ser vista.
Pero me había visto.
Clavó la mirada en la mía y con la mano que no enfundaba la pistola, le hizo una seña silenciosa a su compañero, que reaccionó llevándose la mano a la funda del cuchillo y mirando a su alrededor, hasta que siguió la línea del brazo de su compañero. Tardó un poco en localizarme entre las múltiples raíces, pero terminó haciéndolo al quedarme inmóvil y pestañeando sin parar.
No podía creerlo, me habían encontrado.
El militar alzó la pistola, apuntándome y la mujer fue hacia la parte delantera del todoterreno y dio dos golpes rápidos al cristal, donde el conductor se quitó de un tirón los auriculares y fue a protestar, cuando el también respondió a una serie de gestos de la mano y se agachó para coger su propia arma.
Por fin, reaccioné tirándome hacia atrás al tropezar con mi propio pie al levantarme. El militar reaccionó corriendo hacia mí a una velocidad increíble, pude ver el destello de la rabia en sus ojos.
Eran humanos.
Pero solo hacia que el terror creciera en mi pecho y que las ganas de huir de allí aumentarán.
Conseguí levantarme al mismo tiempo que me daba la vuelta. Corrí con todas mis fuerzas, casi podía escuchar mi respiración agitada por la situación. Había tenido que detenerme un segundo a colocarme bien las botas al cuello, ahora que me habían descubierto, las botas me harían ir más rápido y podría dejarlos atrás con facilidad, pero también me podría descubrir por la huella de la suela que dejaría.
Apreté el paso y seguí corriendo hasta que la noche me envolvió. Paré un segundo junto a un pino, alto y fuerte como el que había utilizado antes para orientarme. Intenté que mi respiración fuese tranquila y silenciosa, no delatarme y también escuchar a los cazadores.
Pocos segundos después de detenerme escuché unos susurros de un hombre y la respuesta de una mujer. Todavía me seguían la pista y estaban bastante cerca como para encontrarnos frente a frente. Era hora de que plantara cara en vez de seguir huyendo. Podía poner en práctica todo lo aprendido durante mi cautiverio.
Apoyé la espalda al tronco del pino, no estaba cansada, todavía respiraba con normalidad, pero tenía que mantener un aspecto débil para hacer que los que me seguían se confiarán. De todas formas, ningún humano estaría tan fresco como lo estaba yo después de estar más de media hora huyendo a máxima velocidad.
Escuché el rápido sonido de unas botas al pararse en medio de la nada. Posiblemente sería el soldado, su experiencia profesional le habría advertido de que yo había dejado de huir. Bien, porque lo estaba esperando, me había cansado de esperar y huir durante tanto tiempo. Al fin y al cabo, era humanos como ello. Había sido un error huir de ellos como había hecho.
Seguía sonándome extraño que un invasor tuviese en su poder un arma, pero la alternativa era que fuese un ser humano y eso era imposible, ya no quedaban, al menos no libres.
Vi una sombra dirigirse a toda velocidad hacia donde me encontraba, pensé rápidamente en trucos para tumbar a un oponente que te superase de tal manera en peso y forma física. No me dio tiempo.
La culata de un rifle dio contra mi sien y me hizo caer a plomo hacia el suello farragoso y lleno de hojas.

viernes, 5 de abril de 2013

3. Muéstrame tus manos. Parte 4.

Bajé la colina hasta el sendero oculto que había estado siguiendo desde que había empezado mi huida de los invasores. Sabía que en realidad ahí no había ningún camino que me dijese a donde tenía que ir, pero el simple hecho de saber que había un lugar a donde llegaría como un destino que me esperaba desde hacía mucho, me daba más esperanza y más fuerzas para seguir que cualquier otra cosa que se me ocurriera.
Sabía por experiencia que era prácticamente imposible encontrarme con otro humano, nos habíamos vuelto desconfiados, mirábamos con lupa a todo aquel que se nos acercaba incluso aunque lo conociésemos de antes de la invasión, incluso a nuestros vecinos y a nuestra propia familia, ya nadie se salva del prejuicio de no ser humano, de poder ser el disfraz que utilizaban los invasores para acercase a nosotros y así capturarnos y hacerse con nuestras vidas y nuestro planeta.
Cuando llegué a la parte del sendero en el que las hojas llenaban el suelo debido a lo avanzado que estaba el otoño, me agaché y me deshicé el nudo de las botas, las cuales me había puesto por la noche, a parte de no correr el riesgo que desaparecieran por algún animal nocturno al giual que con la malet, para calentarme los pies y poder dormir más a gusto y algo más cómoda. Terminé de desatarme la otra bota y, haciendo un nudo entre los dos cordones, me las colgué al cuello y empecé de nuevo la caminata a través del camino de las hojas en el suelo, por donde podía observar todo el bosque a la vez y mirar hacia atrás para asegurarme de que no me estaban siguiendo en cualquier momento.
Seguí andando en dirección norte durante varias horas sin descansar. Hoy no correría, quería guardar fuerzas por si tenía que utilizarlas para huir en otro momento, o pelear, pero, hasta que encontrase algo de comer, no podía permitirme el lujo de correr hasta quedarme agotada del esfuerzo. También estaba el hecho de que gracias a los experimentos a los que me habían sometido los invasores me habían hecho más fuerte y más resistente, pero la duda estaba en que no sabía hasta que punto había mejorado como para arriesgarme a correr sin más, hasta caerme en medio del bosque por el agotamiento.
No sabía exactamente cómo, pero estaba segura que desde que había dejado la carretera iba en dirección norte, pero estaba extrañamente confusa, casi como si mi cuerpo supiera que estaba perdida pero que al mismo tiempo mi cerebro no se había dado cuenta de ello. Por ello decidí subirme al árbol más alto que encontré en ese momento, era un pino de aspecto robusto y bastante alto, casi de unos treinta metros que se alzaba sobre mi cabeza y se perdía en la multitud que formaba junto a sus hermanos, algo más bajos que este, pero igual de robustos y afianzados en la tierra.
Me puse las botas en vista de que las necesitaría para escarlar la madera rugosa pero sin ramas hasta los cinco metros de altura del pino que se alzaba ante mí. Me pasé la correa de la maleta por el cuello para dejarla colgando y así me facilitase las maniobras para subir.
Sería difícil hasta llegar a las primeras ramas, pero tendría que hacerlo si quería orientarme de la forma correcta. Hinqué la suela de la bota derecha en la rugosa madera del pino y utilicé la fuerza de los brazos para izarme y hacer poner el siguiente pie en un pequeño saliente que había en la corteza, puede que no tuviese muchas ramas sobre las que apoyarme para seguir subiendo cómodamente, pero la fuerte tensión de los brazos que me sostenían me mantenían erguida y me ayudaban a poder mirar más arriba de lo que haría si estuviese pegada al tronco del árbol como una idiota.
Tensé más aún los brazos y me preparé para levantar el pie derecho e izarlo hasta llegar a una especie de hendidura en la manera que seguramente lo habría hecho un pájaro carpintero al intentar conseguir un aperitivo para saciar su apetito. Levanté el pie y coloqué la bota en el hueco, me izé y seguí subiendo. En poco tiempo llegué a las primeras ramas. Empecé a escalar más rápido al tener donde apoyarme, llegué pronto a la copa, justo en el atardecer, por lo que pude observar con fascinación el grandioso paisaje que se desbordaba a mi alrededor.
Las hojas amarillas y de tono dorado de los árboles que todavía no estaban desnudos, junto a los colores cálidos de la puesta del sol por el oeste, justo a mi izquierda, por lo que era cierto que estaba yendo hacia el norte. Durante cuánto tiempo tendría que caminar y avanzar hasta encontrarme con algo inesperado, eso no lo sabía, pero seguiría hacia el norte hasta que no pudiera dar un paso más.
El descenso fue mucho más rápido que la subida. Saltar de rama en rama era como un pasatiempo que no prácticaba desde hacia mucho y me divertía. Puede que, después de todo, las horas en el gimnasio de los invasores me hubiera servido para algo. Bajé mucho más rápido de lo que había subido, aunque eso era algo normal. La caída siempre era más rápida que el alzarse.
Al caer al suelo, supe enseguida que algo no iba bien. La atmósfera parecía haberse oscurecido y que todo estaba impregnado de un color ocre y oscuro como si un velo de humo tiñera el cielo y no dejase ver los rayos del sol a través de la niebla.
Me detuve, irguiéndome poco a poco para evitar hacer el más mínimo ruido que descubriese mi posición y diese ventaja a quién estuviese por ahí. Preferiría ser yo quien los descubriese.
Me quité de nuevo las botas para evitar que las hojas secas que tapaban el suelo de barro y fango por las últimas lluvias me delatase por mis huellas y por el sonido al pisarlas. Era algo extraño, era humana, el mayor cazador intelectual del planeta Tierra, y, sin embargo, estaba siendo cazada por un ser que tenía un cuerpo igual al mío.
Me colgué como las veces anteriores las botas al cuello con el cordón atado bien fuerte para evitar que se deshiciera y me asegura de que la correa de la maleta estaba bien sujeta.
Corrí hasta el sendero que había abandonado la noche anterior, alguien parecía haberlo encontrado y seguramente lo seguiría para ver a donde llevaba. Pero si eran los invasores, estarían ahí para descubrir si yo había sido tan estúpida como para seguir el camino más obvio. Yo sabía que se creían superiores a nosotros, pero que fuéramos tan idiotas como para ponernos en bandeja... eso era demasiado.

viernes, 29 de marzo de 2013

3. Muéstrame tus manos. Parte 3.

Corría con todas mis fuerzas. Con las botas colgadas del cuello y con los pies descalzos sintiendo el frío de las piedras y la tierra fresca que habían escondidas bajo las hojas. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan en contacto con la naturaleza, algo que me estaba sentando bien, ya que corría libre y no me cansaba, me gustaba sentir como el aire frío de la noche entraba en mis pulmones y me daba más fuerzas para continuar corriendo durante toda la eternidad. Había dejado atrás el coche hacia mucho tiempo y lo único que me recordaba a la civilización era la maleta de mi padre que me golpeaba el muslo al correr.
El bosque estaba en pleno otoño, con montañas de hojas de colores doradas inundando el suelo con su mar dorado.
El correr por el bosque en libertad, sin que nadie me dijese a donde tenía que ir ni cuando tenía que parar era maravilloso. Ya casi había olvidado como era sentir el crujir de las hojas otoñales bajo mis pies descalzos, respirar el aire fresco y que éste llenase mis pulmones con cada inhalación.
Cada cierto tiempo, miraba por encima de mi hombro y esperaba no ver a varios hombres vestidos de traje persiguiéndome, mi pecho ardía cada vez que pensaba en que podía no haber despistado a los guardas como para ocultar mis huellas y poder escapar de ellos.
La vegetación del bosque era cada vez más tupida, aunque la luz de la luna seguía filtrándose a través de los árboles ya escasos de hojas por lo avanzada de la estación. Llevaba varias horas corriendo.
El aire fresco me llenaba los pulmones y me hacía sentir libre después de tanto tiempo encerrada en el hospital, correr me llenaba de energía y por cada paso que daba me llenaba de una inagotable que aunque estuviera un milenio corriendo, seguiría sin agotarse. Las botas me rebotaban en el pecho, donde los cordones me tiraban del cuello. Las suelas de cuero duro me dolían cada vez que chocaban contra mis clavículas. Trotaba cada vez que escuchaba un ruido extraño, pero solía ser algo sin importancia y seguía corriendo con todas mis fuerzas para poner aún más distancia entre los invasores y yo y poder internarme aún más en el corazón del bosque.
Ver todo el bosque en total silencio a mi alrededor me reconfortaba, pero sabía que de un momento a otro tendría que parar para encontrar comida y descansar, llevaba corriendo un par de horas desde que había anochecido y no había visto ni oído a ningún guardaespalda ni coche, ni nada que me diese a entender que me estaban buscando aquí.
Subí hasta a una colina despejada de árboles grandes y frondosos que poblaban todo el bosque, en su lugar, la colina estaba coronada por una construcción de roca en forma de cueva que daba cobijo en su interior bajo una especie de roca plana y enorme, solo cuando me acerqué lo suficiente como para ver el interior, me di cuenta de que yo no era la primera que utilizaba esa cueva al aire como refugio para pasar la noche, las cenizas frías y removidas por el viento al igual que unas piedras inexistentes me dieron a saber que fuera el que fuera que estuvo aquí, hacía tiempo que se había ido y que no iba a volver.
Me senté en el interior de la cueva, justo al lado de donde habría estado encendida la hoguera, yo no podía permitirme el lujo de encender un fuego para calentarme, de todas maneras, no podría quedarme durante mucho tiempo, en cuanto hubiese descansado un poco volvería a las andadas, cuando más lejos estuvise de los invasores, mejor.
Lo primero por lo que me tenía que preocupar ahora el conseguir comida, agua y armas. Sin ellos no podría sobrevivir y tampoco podría defenderme en caso de encontrarme con uno de los ladrones de cuerpos, algo que esperaba que no sucediese hasta dentro de mucho, después de cinco años encerrada en el hospital me apetecía estar una buena temporada sin tener que encontrarme a la cara con ninguno de ellos, y si tenía la mala suerte de encontrarme a alguno, bueno, ya vería como me las arreglaba para deshacerme del cadáver.
Pasé la noche en la cueva, casi sin dormir sino dando cabezadas de no más de unos pocos minutos, sabiendo que podía aparecer un enemigo o un animal salvaje en cualquier momento, movido por el deseo de conseguir una cena de forma fácil.
Cuando el alba alcanzó la sombra de la cueva, yo había conseguido dormir diez minutos seguidos, algo nuevo después de la larga noche que había tenido que aguantar con los aullidos lejanos de los lobos y de alguna que otra ave que habia en los alrededores.
Me levanté con un fuerte dolor de espalda, dado que había estado apoyada en la apred de roca de manera incómoda intentando buscar el momento de dormir más de cinco minutos seguidos, algo que solo había conseguido al final de la noche, cuando todas las fieras nocturnas del bosque ya habían conseguido su almuerzo y habían vuelto a su madriguera.
Me levanté lentamente, yendo despacio hacia la salida de la cueva, donde podría estirarme después de toda una noche encogida en el interior de esta intentando conservar algo de calor corporal para resguardarme del frío glacial que había en el bosque. Me estiré como un gato cuando el sol me dio de lleno en los ojos, algo molesto después de haber pasado toda la noche en vela vigilando si algo se movía en la oscuridad. Miré alrededor, convenciéndome, o al menos intentándolo, de que los invasores no me habían encontrado y que no me encontraba en una de sus trampas en estos momentos.
Cogí la maleta que había dejado a un lado, lo suficiente cerca de mí para que un animal ladronzuelo no se la llevase mientras yo daba cabezadas.
Bajé la colina y me dispuse a seguir el camino que habñia sido interrumpido al ponerse el sol.

viernes, 22 de marzo de 2013

3. Muéstrame tus manos. Parte 2.

Sonreí hasta que las mejillas me dolieron, si el plan salía bien, sería libre después de casi cinco años atrapada en ese hospital de mala muerte.
Entrelacé las manos en mi regazo, esperando a que llegase la próxima curva, que a juzgar por el paisaje montañoso en el que nos habíamos internado después de la autopista era el perfecto para poder escapar, parecía casi como si el mismo destino se pusiese de mi lado y me preparase el terreno para empezar mi plan, nunca mejor dicho.
Las curvas en las subidas eran bastante pronunciadas y entre eso y los cristales tintados del todoterreno, tendría el tiempo suficiente para echar a los guardaespaldas del interior del todoterreno y sacar al sedán que iba detrás nuestro de la carretera al frenar bruscamente. Si había suerte, puede incluso que el coche se estrellase contra el quitamiedos o terminase cayendo barranco abajo.
Cerré las manos en un puño, preparándome para poner en práctica todo lo que había estado aprendiendo desde que me había encarcelado en el hospital y me iban haciendo cada vez más fuerte con sus experimentos como si yo fuese un ratón de laboratorio, mejorándome a una versión de vida tan cerca a la suya que hasta me daba asco, pero ahora, su propio experimento se volvería contra ello y me serviría para escapar de una vez por todas.
Noté como mis músculos se tensaban a vislumbrar una curva cerrada unos doscientos metros más adelante, me eché hacia adelante, ahora empezaba la diversión.
Tal como había supuesto, el gorila de mi izquierda, el que llevaba todo el rato sin quitarme el ojo de encima, adelantó un brazo al ver mi intención de intentar echarme hacia adelante, aunque él no sabía que era eso lo que quería que hiciera. En el momento en el que su mano se apoyó en mi hombro y tiró de él hacia atrás, giré sobre mí misma al mismo tiempo que le cogía la mano y se la partía como un palo seco, uff, no esperaba que fuera tan brusco. Al gorila de la derecha no le dio tiempo de reaccionar al ver como agredía a su compañero ya que una patada al mentón lanzada con suficiente fuerza hizo que se desmayara y utilizara el cuerpo de su amigo, todavía buscando una lógica de por qué su mano colgaba inerte del brazo y no podía articular ningún sonido por mucho que lo intentara. Me serví del de la izquierda para volver subir al asiento como antes, cuando intentó saltarme encima y darme con un gancho con la mano sana, utilicé de nuevo su muñeca rota, se la retorcí y ante el aullido mudo de dolor que soltó, le pegué un rodillazo en la cara, después cogiéndole de la cabeza y partiéndole el cuello con un simple movimiento de muñeca.
Salté a la parte delantera del vehículo, donde utilicé la cabeza del conductor para romper el parabrisas y volví a golpear su cabeza contra el volante, donde fallé en cálculos e hice sonar el claxón. Una vez cometido este error, abría la puerta de la parte de atrás y tiré a los dos guardaespaldas.
Lo que no me esperaba es que los que estaban en el sedán de detrás diesen la vuelta a la curva tan rápido, por lo que tuve que tirar al chófer a la parte de atrás del todoterreno y ponerme al volante, donde hundí el pie en el freno.
Los del sedán, por suerte, no pudieron frenar a tiempo y se estrellaron contra mi parachoques trasero. Aguanté el golpe como pude, aunque casi salí por el hueco que había dejado el chófer, intenté ponerme el cinturón lo más rápido que pude, aunque pareciese algo patético dada la situación, podía salvarme la vida ahora que no había nada que evitase que saliese despedida a través del salpicadero.
Giré bruscamente y vi como el chófer del sedán que había chocado contra mí había muerto de un grave traumatismo en la cabeza, el que le acompañaba parecía inconscente, pero no estaba totalmente segura, de hecho,en cuanto respiré un momento para deshacerme del cuerpo del chófer e intentar ponerme de nuevo en marcha, el sedán que había abierto la marcha desde que salimos del hospital había derrapado con peligrosa facilidad, a punto de caerse barranco abajo e iba a toda la velocidad que podía hacía mí.
Metí la primera y empecé a bajar la carretera, cuanto más me alejase de lo que hubiese sido mi destino, más posibilidades tendría de escapar.
Empecé a bajar a toda velocidad, derrapando hasta lo imposible cada vez que había una curva. Los del sedán seguramente pensaría que mi único plan era desaparecer cuanto antes y alejarlos de mi rastro, pero después de haber ideado el plan, había conseguido también una vía de escape alternativa si algo salía mal, aunque ahora mismo también era la mejor opción. Cuando la vislumbré, paré en seco, haciendo que el coche girase bruscamente aunque conseguí recuperar el control en el último momento, en cambio, el sedán siguió chirriando carretera abajo hasta que se terminó parando unos cincuenta metros más abajo, cosa que aproveché para meter otra vez primera e internarme en el bosque que se abría ante mí, si era rápida podía perderlos de vista antes de que consiguiera darse cuenta de que me había escabullido por el hueco que había en el arcén de la carretera.
Cuando entré en la tierra removida por las lluvias recientes y las hojas que recubrían el suelo me di cuenta de que eso hacía que mis pasos sean visibles, por lo que solo me atreví a alejarme unos doscientos metros de la carretera, dejé el coche de cualquier manera y me apeé de él. Me estiré hasta el asiento trasero, cogí mi maleta y salí.
Cuando mis pies tocaronn el suelo no me lo pude creer, eran hojas de verdad y podía respirar el aire puro de los árboles, donde su vida no ha sido arrebatada por los invasores, a lo mejor porque todavía no representaba un problema.
Tenía ganas de tirarme en esa alfombra de hojas que me daban la bienvenida, pero todavía tenía que correr para ponerme a salvo y solo entonces, cuando los hiciera perder mi pista, sería libre.

viernes, 15 de marzo de 2013

3. Muéstrame tus manos. Parte 1.

El traqueteo del todoterreno y el suave ronroneo de su motor hizo que el viaje fuera tranquilo, tampoco es que tuviese mucho de que hablar con los dos que me escoltaban y mucho menos con el chófer, al cual no había visto en mi vida.
La sucesión de paisajes a través de las ventanillas hizo que el viaje fuese más llevadero, pero a la misma vez que los kilómetros corrían y los dejaba atrás en un suspiro, cada vez me ponía más nerviosa. ¿Cómo haría para escapar? ¿Y cuándo?
Estaba completamente nerviosa, escapar tenía dos puntos de vista, cuando estás acorralada pero no encarcelada, como no estaba yo en estos momentos, donde contabas con la ventaja de que eras libre para poder idear un plan en un terreno que conocías.
En cambio, como estaba yo en ese momento, entre dos gorilas que entre ellos yo parecía una niña pequeña, dentro de un coche en marcha a más de cien kilómetros por hora y en un condado que no había visitado hasta ahora, por lo que ellos eran los que contaban con la ventaja de conocer el lugar, a parte de ser más que yo y tener un medio de transporte, el cual no se cansaría después de estar todo un día huyendo y con la preocupación de que lo estuviesen perseguiendo.
Dándole vueltas a todo esto, la única verdadera oportunidad que tenía de escapar y que además no pudiese atraparme después es que los contactos de 14 me encontraran y consiguieran ayudarme antes de llegar al destino. Pero yo ya había pensado en escaparme antes de la confesión de mi amigo, por lo que tenia que dejar a los rebeldes fuera de mis planes y poder idear uno lo suficientemente bueno para que no pudiese salir mal a pesar de todo.
Me removí incómoda entre los cuerpos de los guardaespaldas, algo que me costó que el de la izquierda me miró de un modo que me erizó los pelos del cogote. De ahora en adelante tendría que ser más cuidadosa con mis movimientos, si tenían la más mínima sospecha sobre mí, podría atarme o evitar de algún modo que pueda llevar a cabo mi plan.
Intenté no ponerme más nerviosa de lo que ya estaba, aunque era difícil, por más vueltas que le daba a como poder salir de allí, las ideas no terminaban por acudir a mi cabeza, más de una vez creí dar con la respuesta, pero en el momento en el que empezaba a desarrollarla, resbalaba entre mis dedos al igual que la arena.
Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta, donde noté algo que no estaba ahí antes. La tanteé con la mano como pude, ya que parecía una especie de papel, pero me recordaba a algo, algo que utilizábamos antes para inmortalizar algo, una foto.
Intenté recordar como podría haber llegado hasta ahí, ya que era evidente que yo no la había puesto después de ponerme la chaqueta, de lo contrario me acordaría, pero no era el caso.
Volviendo atrás en el tiempo, los únicos que podrían haberlo hecho eran 21 y 14, aunque dada la situación y lo que había descubierto, me inclinaba más porque fuera 14 el que me había metido la foto en el bolsillo de la chaqueta sin que yo me enterase en el momento en el que me abrazó, por eso lo hizo, ninguno de los dos éramos dados a que nos diese abrazos ni a dárselos a nadie, por lo que si él se había adelantado y me había abrazado, tuvo la oportunidad perfecta para meterme la foto en el bolsillo sin que yo me diera cuenta.
Tanteé una vez más la foto, para asegurarme de que era real y no algo de mi imaginación o puede incluso algo que hubiese metido yo sin querer al salir de la habitación, pero no, había metido las manos en los bolsillos de camino a despedirme de los chicos y 14 no me habría abrazado sino hubiera una buena razón.
El cerebro me iba a toda velocidad y no podía dejar de mirar por la ventana con los paisajes pasando fuzgamente y desdibujándose como si fueran borrones en un lienzo sucio.
Cada vez me ponía más nerviosa y me removí en el asiento, moviendo a los guardaespaldas contra mí como si fueran sacos de pesado cemento que me apuntalaban, intentando acomodarme como pudiese entre ellos y sin dejar de hacer ruidos con la lengua mientros los kilómetros eran engullidos por el motor del todoterreno.
Era como si estuviese esperando que la bombillita de las ideas se me encendiera de repente y viese el modo de salir de allí con total facilidad, pero aunque eso fuese cierto, todavía tendría que deshacerme de otros dos sedanes que me perseguirían a todo meter hasta que se quedasen sin gasolina.
Miré al sedán que estaba a nuestra espalda a través del retrovisor del conductor, sería tan fácil embestirlo frenando bruscamente y después huir de la carretera, eso funcionaría si solo fuese ese coche el que me escoltase hasta mi destino, pero es que si atacaba antes al de delante, el segundo podía embestirme o avisar a otros que estuvieran cerca aparte de ya conocer mis planes de huir, por lo que tenía que buscar una manera con la que poder acabar con los dos en un pequeño plazo de tiempo.
Si atacaba primero al que me seguía tenía varias ventajas, no se esperaría que frenase de repente y no podría evitarme a tiempo y recibiría un buen golpe en el morro lo que haría que el sedán se quedase hecho galleta, después solo tendría que esperar que el de delante viniese a evitar que me escapase y ya podría jugar con él como me diese la gana.
Decidido, ahora solo tenía que hacerme con el coche y sabiendo mejor que los invasores como funcionaba un coche en un accidente -estaba completamente segura de que desde que había conseguido el mando del planeta no habían tenido ninguno- no creo que reaccionase a tiempo como para recuperar el control del todoterreno, de hecho esperaba que solo quedase yo dentro cuando eso sucediese.
Por fin, parecía que la bombillita de las ideas se me había encendido y no pude evitar sonreír.

viernes, 8 de marzo de 2013

2. Labios sellados. Parte 5.

Los guardias me respaldaron hasta llegar a la salida principal del hospital, donde me esperaba todo un comité de médicos, algo impresionante ya que nunca había visto a tantos juntos, y a pesar de ello,los conocía a todos, aunque eso no dejaba de impresionar.
Mi médico de cabecera, por llamarlo de algún modo, se adelantó.
-Te vas, no hemos podido hacer nada -se encogió de hombros, como si realmente le importase mi partida, aunque a mí todavía me quedaba por agotar la sorpresa que me había causado esto.
El resto del equipo médico me miró por encima de su hombro, esperando una respuesta por mí parte, algo que no iba a pasar.
Me limité a sonreír y empecé a caminar de nuevo, esta vez, hacia la salida.
Uno de los guardaespaldas se me adelantó y me abrió la puerta que daba a la calle. Me paré, intenté mantener la calma, llevaba cinco años esperando este momento y después de tanto luchar, daba la ironía de que eran ellos mismos los que me abrían la puera hacia mi libertad.
Adelanté un pie y después el otro, me detuve en la salida, cerré los ojos y respiré hasta que los pulmones parecieron que me iba a estallar, sentí como el aire puro llenaba mis pulmones e hinchaba mi pecho, después de tanto tiempo de no salir al exterior, parecía como si volviera estar en casa.
Solo que no era tan bonito como recordaba. Miré a mi alrededor, todo estaba tranquilo, en paz, como se suponía que debía ser para los invasores. Había gente paseando apaciblemente por la calle, saludándose unos a otros cuando se encontraba, cediéndose el paso, paseando el perro, etc.
Pero mi destino era otro. Un todoterreno grande e imponente, creo que sería un Dodge Nitro por su forma cuadrículada, de color negro, nos esperaba en la entrada para vehículos del hospital. A ambos lados de la puerta trasera, donde iría yo durante el viaje, se encontraba otros dos encargados de seguridad, que seguramente irían en el sedán que estaba aparcado detrás del todoterreno. Se estaban tomando muchas molestias para trasladarme.
Por un momento, tuve miedo. Había visto traslados de otros experimentos antes, simplemente llegaba un coche, lo metían dentro y los demás lo veíamos desaparecer hasta que el coche se perdía entre el tráfico de la carretera.
El guardaespalda que estaba a mi izquierda hizo un pequeño gesto con la mano para indicarme que me adelantara y empezara mi camino hacia el todoterreno.
Recogí mi maleta del suelo y empecé a caminar a lo que seguramente podría ser mi próximo hogar, sino conseguía escaparme, aunque dada la seguridad con la que contaba, dudaba mucho que aquellos que llevasen todo esto de la investigación desde que la Tierra había sido invadida quisiesen deshacerse de mí tan fácilmente, aunque yo tuviese otra cosa en mente.
Me dirigí al coche, donde uno de los guardaespaldas nuevos, no tan altos como los del hospital, pero estaba segura que igual de entrenados o incluso mejor aún, me abrió la puerta y ni siquiera me miró de reojo cuando me impulsé para subir en su interior. Ya dentro y perfectamente acomodada, los guardas que siempre había conocido del hospital se acomodaron cada uno a mi lado, dejándome a mí en el centro, sin posibilidad de escapar cuando el coche se pusiera en marcha.
Los asientos del coche eran de cuero beis, parecían cosidos a manos y con pieles de primera calidad y tan cómodos que podría domirme en ellos sin levantarme después con dolor de espalda, puede incluso que fuese más cómodo que la cama que había tenido en mi habitación del hospital, algo que también me hizo pensar en que incluso ahora, los poderosos no hacían recortes en cuanto sus comodidades, por lo que tampoco habíamos cambiado tanto, después de todo.
Cuando los nuevos entraron en el sedán, aunque fue cuando me metí dentro del coche cuando me di cuenta de había otro sedán delante de nosotros y fue el que abrió la marcha para salir del hospital mientras me giraba para ver como su fachada blanca y gris por el deterioro de los años desaparecía de mi vista. Fue entonces cuando me acordé de que la habitación de Matthew y 14 -del que después de tanto tiempo no había adivinado su nombre y el cual me gustaría saber- daba a la calle y podía estar viéndome partir desde allí.
Miré hacia arriba y efectivamente, me los encontré mirando por la ventana blindada y con seguridad suficiente para que ellos no se escaparan. Cuando se dieron cuenta de que los estaba mirando, me sonrieron y alzaron las amnos, despidiéndose de mí, pero hubo algo en la mirada de 14 que me inquietó, sé que había prometido que me ayudaría a escapar, pero después de lo que había escuchado detrás de la puerta y del modo en que me lo contó, no sabía si confiar por completo en él o dejarme llevar por el miedo. También estaba que durante toda mi vida, sobretodo después de la invasión, había sido la orden del día no confiar en nadie y menos aún en aquellos que insistían en ser tus amigos, había aprendido a defenderme en este mundo desconfiando de todo el mundo, por eso, en el mismo momento en el que alguien me ofrecía su confianza sin venir a cuento o después de que descubriese algo malo, mi instinto saltaba y hacía que las alarmas se pusieran a aullar como locas.
Pero no pude evitar, al menos por Matthew, sonreír y despedirme de ellos hasta que los perdí de vista.


viernes, 1 de marzo de 2013

2. Labios sellados. Parte 4.

Me acerqué más a 21. Podía ser que no pudiera hablar por culpa de los experimentos fallidos, pero su mirada lo decía todo.
Estaba segura de que podría volver a verlos al menos una vez más, pero pensaba escaparme en medio del traslado y puede que por ello les metiera a ambos en un aprieto, ya que todo el mundo en el hospital sabía que era los únicos que dejaba que se me acercaran sin intentarle pegarle un buen puñetazo.
No pude evitar pasarle de nuevo el brazo por los hombros, esta vez paara estrecharlo contra mí y que, para mi sorpresa, él también me rodeara con los suyos. 21 tendría mi edad, pero a veces, puede que a lo mejor por no poder hablar o como me recordaba a mi antigua vida, lo trataba como si fuera mi hermano menor.
14 nos vió como si no nos conociera de nada, como si de repente, él sobrase allí. Levanté la cabeza, clavando la mirada en la suya. Fruncí el ceño, no parecía él mismo, o tal vez sería por lo que yo había escuchado antes y no sabía a que se refería.
- ¿Cuándo te vas? -su voz era suave, lo conocía lo suficiente para saber que estaba controlar sus emociones, pero si lo conoces como yo, eso ya es imposible.
21 se limitó a juntar sus manos y a entretenerse jugando con sus dedos, como si todo esto no tuviera que ver con él.
Sabía que algún momento tendría que hablar con 14 de lo que había escuchado antes, no podía creerme que hubiese algo que nos ocultase a 21 y a mi. Aunque siendo realista, yo también les he ocultado muchas cosas de mí misma, de quién era cuando estaba fuera y antes de la invasión, no creo que sea el momento de sacar el tema, pero estoy impaciente por quedarme a solas con él e intentar entender por qué nos lo ha ocultado. Somos lo único que tiene aquí dentro, aunque ahora también sé que tiene a alguien fuera.
Me levanté de la cama después de soltar a Matthew y me dirigí hacia la puerta. Había escuchado el golpeteo sordo que hacían las suelas de goma de las botas de los tíos de seguridad, habían tardado menos tiempo del que esperar en deducir donde estaban. Se me acababa el tiempo.
-Tengo que irme -intenté secarme las palmas sudorosas de las manos, hacía mucho tiempo que no me ponía nerviosa, pero todo este asunto del traslado estaba empezando a mosquearme de verdad, y encima descubrir el mismo día que uno de tus dos amigos en este infierno podía ser una persona diferente a quién tú creías, lo enrolla todo aún más.
14 se limitó a asentir y 21 se levantó para darme un abrazo de despedida. Apoyé la cabeza en su hombro y lo estreché entre mis brazos con fuerza, han sido con diferencia lo mejor que me ha pasado desde que llegué al hospital hará unos cinco años, no me creo que por fin vaya a salir de aquí, pero tener que dejarlos a ellos dos atrás mientras, empieza a dolerme más de lo que pensaba.
Esto es lo que nunca he querido, coger cariño a la gente, porque en el momento en el que sepas que pueden utilizar a alguien para hacerte daño, lo hará para ponerlo en tu contra y tu no tendrías otra opción qué elegir por ellos.
Apreté una vez más mis brazos alrededor de Matthew, a lo que él me respondió y me aparté intentando sonreír a la vez que iba hacia donde está 14. Nunca he tenido mucho roce con él, siempre había estado más unida a 21, pero también ha sido él el que ha decidido no acercarse demasiado a mí, siempre ha sido muy reservado con todo el mundo y ahora empiezo a entender por qué.
Le sonreí y el me devolvió la sonrisa, casi tuve que obligarme a adelantar un pie para abrazarlo, pero cuando lo hice, ya no quise soltarlo. Al bajar la cabeza para esconderla en el hueco de su cuello, pude notar en la frente las marcas que la soga le habñia dejado, me alejé lo suficiente para ver su sombra oscura en contraste con su piel clara.
Alejarme de los dos va a ser mucho más doloroso de lo que creía, después de todo, de la invasión y de todo lo malo que he tenido que pasar para llegar hasta aquí, parece ser que todo tenga un sentido, que todavía quede algo por lo que luchar. Eso debería alegrarme, pero solo me hace sentir peor.
Ante mi sorpresa, 14 no se lo pensó antes de abrazarme, me estrechó entre sus brazos con fuerza, tanto, que casi me dejó sin respiración. Algo que nunca hubiese esperado de él.
Pero antes de dejarme ir, de volver con los seguritas y no volver a verme, a la vez que deslizaba algo en uno de los múltiples bolsillos de mi pantalón, pegó su boca a mi oreja y murmuró lo más bajo que pudo.
-Tranquila, siempre hay un plan B -se separó en el acto y me miró con sus ojos vidriosos, como si con eso lo dijera todo, no podía creer que me acabase de decir eso, lo que solo hacia que mis sospechas aumentaran.
Vio como la confusión pasó por mi rostro y sonrió.
Si era cierto que había un plan B, yo iba a tener que estar fuera y en marcha para descubrir que era.
Pero eso también trastocaba mis planes, yo ya había estado planeando mi huida en el traslado, como haría para distraer a los guardias y demás, pero ahora venía él y me contaba de que había una segunda salida, de que encontrarían la manera de volver a verme.
Me obligué a sonreir y irme hacia la puerta antes que los gorilas la derribaran de una patada y me sacaran de aquí a rastras.
Abrí la puerta justo en el momento en el que uno de ellos estaba levantando el pie y se preparaba para derribar la puerta. Para su sorpresa, les sonreí y empecé a caminar por el pasillo por delante de ellos sin que dijera ni una palabra.
14 y Matthew salieron al pasillo antes de que yo desapareciese por la esquina. Me despedían a su manera, en silencio, aunque Matthew por motivos obvios. Se contuvo y me sonrió, diciéndome adiós con la mano mientras 14 lo imitaba y me guiñaba un ojo, comos sí entre él y yo hubiese pasado algo gracioso momentos antes.
Pero no, sentí como mi estómago se revolvió al ver como su sonrisa forzada se convertía en una mascara impenetrable cuando Matthew entró en la habitación.