El gimnasio en su extensión se abrió ante mí.
Habían un decena de humanos más en él. Ni siquiera levantaron la cabeza para verme entrar, ya sabían que si venías con dos guardaespaldas tan cuadrados como los míos no podía ser otra sino el experimento 26.
Miré al experimento 14, un chico de unos veinte y cinco años con el pelo castaño claro y los ojos vidriosos sin un color exacto que había intentado suicidarse un par de semanas atrás para poder dejar esta vida atrás, pero los guardias llegaron a tiempo y ahora se pasea por ahí con la marca permanente de la soga en el cuello. No mira ni habla con nadie, por lo que es la única persona con la que me llevaba bien, nunca me preguntaba nada y yo tampoco quería contarle nada.
- 26 -la voz atronadora del entrenador Colt resonó en las paredes del gimnasio-. ¿Se puede saber por qué has tardado tanto en venir? Serás la última en desayunar.
Evité las ganas de reír ante su estúpido castigo, me daba igual comer o no, a lo mejor de ese modo me creían lo suficientemente débil para bajar la vigilancia y poder escapar.
Me puse en la línea de salida, donde Colt ya me esperaba, cronómetro en mano.
Cuando pulsó el botón empecé a correr, sin necesidad de que me dijese cuándo debía empezar, ambos ya sabíamos de lo que yo era capaz.
Ese día me tocaba la prueba de Cooper, donde los doce minutos que estaría corriendo no valdrían ni para que empezase a sofocarme. Por mucho que me doliese admitirlo, los científicos habían hecho bien su trabajo y ya no tenía dificultades para casi nada.
Vi a 14 sentado en las gradas, lo saludé y me devolvió el saludo al levantar la mano.
Aquí nadie conocía el nombre del otro, a no ser que fuesen amigos de verdad, yo sólo me sabía sus números de experimentos, que era el orden de llegada al hospital, por lo que 14 llevaba más tiempo que yo aquí. Tenía un par de años más que yo, y ya estaba ingresado en el hospital por un accidente cuando empezó la invasión.
A su lado estaba sentado 21, el otro experimento con el que me llevaba bien. Sí, seguro que lo habéis adivinado, es mudo, los experimentos que hicieron con él -los que yo pasé un par de meses atrás- no habían salido bien, ya que aún estaban en fase de prueba y era el primer experimento con el que los habían probado, le provocaron no sé qué en las cuerdas vocales, una especie de daño irreversible en ese momento, que le impedía hablar. Seguían investigando para devolverle la voz.
Lo saludé también a él y sus ojos verdes me devolvieron el saludo con un movimientos de cabeza. Que ninguno de los hablaran mucho me venía muy bien cuando quería estar acompañada pero no quería hablar con nadie.
Colt pitó cuando quedaban dos minutos para terminar la prueba y aceleré el ritmo, dispuesta a batir mi propio récord personal. Pude hacer unas cuatro vueltas más en ese tiempo, pero no pude superar las veintiocho vueltas, me quedé en veintitrés.
Me detuve con las manos en las rodillas, concentrada en volver a respirar como lo haría una persona normal en condiciones normales. Pero no engañé al entrenador.
-Vamos, arriba -gritó. Movió la mano arriba y abajo, con el cronómetro todavía en ella-. No he terminado contigo.
Me llevó hasta el medio del campo, donde empezó con los ejercicios explosivos, esos de los que si fueses una persona normal te hubieses tumbado en el suelo del cansancio a los diez minutos. Seguí, incansable hasta que casi una hora después volvió a hacer sonar el silbato y me levanté de un salto.
Sus ojos me estudiaron de arriba a abajo, sorprendido y satisfecho consigo mismo. Apuntó un par de cosas en el cuaderno que siempre llevaba con él.
-Vale, ahora sí que hemos terminado -cerró el cuaderno y se llevó el bolígrafo al bolsillo de su camiseta. Se dio la vuelta y desapareció tras la puerta, donde mis guardaespaldas aún seguía esperándome. En un par de minutos volvería con otro experimento con el que hacer pruebas.
Me giré en redondo y miré a mis dos "amigos", todavía podría estar un rato más en el gimnasio, por lo que podría estar un rato en compañia de los que eran como yo.
Subí las escaleras de dos en dos y me senté al lado de 14.
- ¿Qué tal? -palmeé su espalda y este me devolvió el gesto. Sus ojos vidriosos se giraron y sonrió.
-No puedo quejarme -enroscó las manos y evitó que el tic le invadiera, algo que hace cuando está bastante nervioso después de que intentara suicidarse. En sus ojos brilló una idea y me miró-. Todavía no me has dicho como es tu nombre, 26.
-Sabes que no me gusta que me llamen así -esta vez fui yo la que se estrechó las manos. Entonces me acordé de 21 y le saludé con la cabeza.
-Si me dijeras tu nombre no te lo diría -sus ojos huidizos se posaron durante un momento en el entrenador Colt, que había empezado con otro experimento, una chica, el experimento 17, tendría unos quince años y había sido de las pocas mujeres que habían sobrevivido a la invasión del hospital, al igual que 14.
Le miré, su aspecto enfermizo lo decía todo, ni siquiera me imaginaba como podría haber rechazado al invasor para que lo utilizasen como experimento. Tenía un cuerpo delgaducho, con una mata de pelo castaño claro, y sus ojos vidriosos que en el pasado debieron ser algo parecido a una mezcla de gris y azul claro y una cara fina, como si todavía quedase un niño dentro de él, a pesar de estar ya bien entrado en la veintena.
Vestía lo que todos. Un chándal gris con una camiseta blanca.
-Tendrás que adivinarlo -a veces cuando sí que necesito hablar con alguien, hacemos esto, 14 intenta averiguar mi verdadero nombre, el que me pusieron mis padres al nacer y no el número de mi experimento, y yo intento adivinar el suyo.
Ninguno de los dos lo habíamos adivinado todavía.
Con 21 nos limitábamos a mirar si asentía o negaba con la cabeza.
Pero con él no habíamos tenido ese problema. Su nombre era tan común que lo habíamos acertado el segundo día del juego.
-Katherine -empezó 14, negué con la cabeza y me levanté cuando otro experimento, una chica de treinta y pico años subió por las gradas y tuve que ponerme entre 14 y 21.
- ¿Estás bien, Matthew? -Ya lo he dicho, el nombre de 21 era bastante común, o eso era lo que había intentado decirnos él cuando había asentido con la cabeza y nos había sonreído al descubrirlo.
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