En el camino que yo había abandonado la noche anterior se encontraban varias personas junto a un vehículo grande y todoterreno de aspecto de estar blindado, junto a las rejillas de hierro que tenía en el parachoques delantero.
Fruncí el ceño. Era extraño que los ocupantes tuvieran un vehículo de esas características para cualquier cosa. Ellos habían llegado aquí con el sello de la paz camuflada y seguía con esa fachada para atrapar a los últimos hombres libres quedaban.
En ese momento había un hombre, con unos pantalones vaqueros claros y suéter de color oscuro que parecía haber visto tiempo mejores, con los puños deshilachados y el color desteñido en la parte del cuello y la espalda donde el sudor podría haberle quitado el color. Llevaba botas anchas de una marca militar. Puede que hubiese sido un soldado en un tiempo anterior.
Detrás de él, se bajó una mujer alta y delgada, puede que solo un poco mayor que el soldado que ya estaba fuera. Una camisilla de tirantes blanca la hacían destacar en la monotonía parda y verde que la rodeaba. Tenía un cuchillo de caza en el cinturón que sujetaba unos pantalones militares de camuflaje y unas botas de montaña desgastadas y casi del mismo color que el barro seco. Esperé a que el tercer personaje, el que parecía encargarse de llevar el todoterreno por el camino también bajase del vehículo, pero no lo hizo. Se quedó donde estaba, tamborileando con los dedos en el volante mientras movía la cabeza al ritmo de la música de sus auriculares. Música. Hacía tanto tiempo que no utilizaba esa palabra. Me traía buenos recuerdos desde que era muy pequeña, me había traído la felicidad familiar de cuando nos reuníamos toda la familia en las fiestas navideñas alrededor del piano mientras mi hermano tocaba villancicos.
En vez de él, de la parte de atrás del todoterreno salió un tío con el pelo rubio ceniza corto con una barba de unos tres días que lo hacía contrastar con el resto de sus compañeros, parecía que tenía los ojos oscuros, junto a una chaqueta de caza recia y de color marrón oscuro y unos vaqueros negros.
Sacudí la cabeza, no podía dejar que los recuerdos me invadieran ahora, sobre todo cuando estaba en plena huida de los invasores. Tenía que averiguar quiénes eran esas personas que estaban ahí y si era a mí a quien estaban buscando, porque estaba claro que buscaban algo.
El hombre que estaba junto a la mujer, el del sueter gastado, de gesto serio y ceño fruncido, tenía el pelo casi rapado al cero, una barba incipiente y unas manos enguantadas en guantes sin dedos. Parecía un militar, incluso un mercenario si se le añadía la funda donde guardaba un cuchillo de caza enganchada al cinturón. Al lado de la funda del cuchillo, había otro para una pistola, estaba vacía, subí la mirada y vi que tenía la pistola en la mano y que el militar estaba mirando en mí dirección.
Tensé el cuerpo, era imposible que me hubiese visto. Estaba bien escondida, me había asegurado de ello, de lo contrario, no me hubiese atrevido a acercarme tanto. Estaba segura de que las raíces del árbol eran lo suficientemente densas y entretejidas entre sí como para que me permitiese ver sin ser vista.
Pero me había visto.
Clavó la mirada en la mía y con la mano que no enfundaba la pistola, le hizo una seña silenciosa a su compañero, que reaccionó llevándose la mano a la funda del cuchillo y mirando a su alrededor, hasta que siguió la línea del brazo de su compañero. Tardó un poco en localizarme entre las múltiples raíces, pero terminó haciéndolo al quedarme inmóvil y pestañeando sin parar.
No podía creerlo, me habían encontrado.
El militar alzó la pistola, apuntándome y la mujer fue hacia la parte delantera del todoterreno y dio dos golpes rápidos al cristal, donde el conductor se quitó de un tirón los auriculares y fue a protestar, cuando el también respondió a una serie de gestos de la mano y se agachó para coger su propia arma.
Por fin, reaccioné tirándome hacia atrás al tropezar con mi propio pie al levantarme. El militar reaccionó corriendo hacia mí a una velocidad increíble, pude ver el destello de la rabia en sus ojos.
Eran humanos.
Pero solo hacia que el terror creciera en mi pecho y que las ganas de huir de allí aumentarán.
Conseguí levantarme al mismo tiempo que me daba la vuelta. Corrí con todas mis fuerzas, casi podía escuchar mi respiración agitada por la situación. Había tenido que detenerme un segundo a colocarme bien las botas al cuello, ahora que me habían descubierto, las botas me harían ir más rápido y podría dejarlos atrás con facilidad, pero también me podría descubrir por la huella de la suela que dejaría.
Apreté el paso y seguí corriendo hasta que la noche me envolvió. Paré un segundo junto a un pino, alto y fuerte como el que había utilizado antes para orientarme. Intenté que mi respiración fuese tranquila y silenciosa, no delatarme y también escuchar a los cazadores.
Pocos segundos después de detenerme escuché unos susurros de un hombre y la respuesta de una mujer. Todavía me seguían la pista y estaban bastante cerca como para encontrarnos frente a frente. Era hora de que plantara cara en vez de seguir huyendo. Podía poner en práctica todo lo aprendido durante mi cautiverio.
Apoyé la espalda al tronco del pino, no estaba cansada, todavía respiraba con normalidad, pero tenía que mantener un aspecto débil para hacer que los que me seguían se confiarán. De todas formas, ningún humano estaría tan fresco como lo estaba yo después de estar más de media hora huyendo a máxima velocidad.
Escuché el rápido sonido de unas botas al pararse en medio de la nada. Posiblemente sería el soldado, su experiencia profesional le habría advertido de que yo había dejado de huir. Bien, porque lo estaba esperando, me había cansado de esperar y huir durante tanto tiempo. Al fin y al cabo, era humanos como ello. Había sido un error huir de ellos como había hecho.
Seguía sonándome extraño que un invasor tuviese en su poder un arma, pero la alternativa era que fuese un ser humano y eso era imposible, ya no quedaban, al menos no libres.
Vi una sombra dirigirse a toda velocidad hacia donde me encontraba, pensé rápidamente en trucos para tumbar a un oponente que te superase de tal manera en peso y forma física. No me dio tiempo.
La culata de un rifle dio contra mi sien y me hizo caer a plomo hacia el suello farragoso y lleno de hojas.
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