viernes, 5 de abril de 2013

3. Muéstrame tus manos. Parte 4.

Bajé la colina hasta el sendero oculto que había estado siguiendo desde que había empezado mi huida de los invasores. Sabía que en realidad ahí no había ningún camino que me dijese a donde tenía que ir, pero el simple hecho de saber que había un lugar a donde llegaría como un destino que me esperaba desde hacía mucho, me daba más esperanza y más fuerzas para seguir que cualquier otra cosa que se me ocurriera.
Sabía por experiencia que era prácticamente imposible encontrarme con otro humano, nos habíamos vuelto desconfiados, mirábamos con lupa a todo aquel que se nos acercaba incluso aunque lo conociésemos de antes de la invasión, incluso a nuestros vecinos y a nuestra propia familia, ya nadie se salva del prejuicio de no ser humano, de poder ser el disfraz que utilizaban los invasores para acercase a nosotros y así capturarnos y hacerse con nuestras vidas y nuestro planeta.
Cuando llegué a la parte del sendero en el que las hojas llenaban el suelo debido a lo avanzado que estaba el otoño, me agaché y me deshicé el nudo de las botas, las cuales me había puesto por la noche, a parte de no correr el riesgo que desaparecieran por algún animal nocturno al giual que con la malet, para calentarme los pies y poder dormir más a gusto y algo más cómoda. Terminé de desatarme la otra bota y, haciendo un nudo entre los dos cordones, me las colgué al cuello y empecé de nuevo la caminata a través del camino de las hojas en el suelo, por donde podía observar todo el bosque a la vez y mirar hacia atrás para asegurarme de que no me estaban siguiendo en cualquier momento.
Seguí andando en dirección norte durante varias horas sin descansar. Hoy no correría, quería guardar fuerzas por si tenía que utilizarlas para huir en otro momento, o pelear, pero, hasta que encontrase algo de comer, no podía permitirme el lujo de correr hasta quedarme agotada del esfuerzo. También estaba el hecho de que gracias a los experimentos a los que me habían sometido los invasores me habían hecho más fuerte y más resistente, pero la duda estaba en que no sabía hasta que punto había mejorado como para arriesgarme a correr sin más, hasta caerme en medio del bosque por el agotamiento.
No sabía exactamente cómo, pero estaba segura que desde que había dejado la carretera iba en dirección norte, pero estaba extrañamente confusa, casi como si mi cuerpo supiera que estaba perdida pero que al mismo tiempo mi cerebro no se había dado cuenta de ello. Por ello decidí subirme al árbol más alto que encontré en ese momento, era un pino de aspecto robusto y bastante alto, casi de unos treinta metros que se alzaba sobre mi cabeza y se perdía en la multitud que formaba junto a sus hermanos, algo más bajos que este, pero igual de robustos y afianzados en la tierra.
Me puse las botas en vista de que las necesitaría para escarlar la madera rugosa pero sin ramas hasta los cinco metros de altura del pino que se alzaba ante mí. Me pasé la correa de la maleta por el cuello para dejarla colgando y así me facilitase las maniobras para subir.
Sería difícil hasta llegar a las primeras ramas, pero tendría que hacerlo si quería orientarme de la forma correcta. Hinqué la suela de la bota derecha en la rugosa madera del pino y utilicé la fuerza de los brazos para izarme y hacer poner el siguiente pie en un pequeño saliente que había en la corteza, puede que no tuviese muchas ramas sobre las que apoyarme para seguir subiendo cómodamente, pero la fuerte tensión de los brazos que me sostenían me mantenían erguida y me ayudaban a poder mirar más arriba de lo que haría si estuviese pegada al tronco del árbol como una idiota.
Tensé más aún los brazos y me preparé para levantar el pie derecho e izarlo hasta llegar a una especie de hendidura en la manera que seguramente lo habría hecho un pájaro carpintero al intentar conseguir un aperitivo para saciar su apetito. Levanté el pie y coloqué la bota en el hueco, me izé y seguí subiendo. En poco tiempo llegué a las primeras ramas. Empecé a escalar más rápido al tener donde apoyarme, llegué pronto a la copa, justo en el atardecer, por lo que pude observar con fascinación el grandioso paisaje que se desbordaba a mi alrededor.
Las hojas amarillas y de tono dorado de los árboles que todavía no estaban desnudos, junto a los colores cálidos de la puesta del sol por el oeste, justo a mi izquierda, por lo que era cierto que estaba yendo hacia el norte. Durante cuánto tiempo tendría que caminar y avanzar hasta encontrarme con algo inesperado, eso no lo sabía, pero seguiría hacia el norte hasta que no pudiera dar un paso más.
El descenso fue mucho más rápido que la subida. Saltar de rama en rama era como un pasatiempo que no prácticaba desde hacia mucho y me divertía. Puede que, después de todo, las horas en el gimnasio de los invasores me hubiera servido para algo. Bajé mucho más rápido de lo que había subido, aunque eso era algo normal. La caída siempre era más rápida que el alzarse.
Al caer al suelo, supe enseguida que algo no iba bien. La atmósfera parecía haberse oscurecido y que todo estaba impregnado de un color ocre y oscuro como si un velo de humo tiñera el cielo y no dejase ver los rayos del sol a través de la niebla.
Me detuve, irguiéndome poco a poco para evitar hacer el más mínimo ruido que descubriese mi posición y diese ventaja a quién estuviese por ahí. Preferiría ser yo quien los descubriese.
Me quité de nuevo las botas para evitar que las hojas secas que tapaban el suelo de barro y fango por las últimas lluvias me delatase por mis huellas y por el sonido al pisarlas. Era algo extraño, era humana, el mayor cazador intelectual del planeta Tierra, y, sin embargo, estaba siendo cazada por un ser que tenía un cuerpo igual al mío.
Me colgué como las veces anteriores las botas al cuello con el cordón atado bien fuerte para evitar que se deshiciera y me asegura de que la correa de la maleta estaba bien sujeta.
Corrí hasta el sendero que había abandonado la noche anterior, alguien parecía haberlo encontrado y seguramente lo seguiría para ver a donde llevaba. Pero si eran los invasores, estarían ahí para descubrir si yo había sido tan estúpida como para seguir el camino más obvio. Yo sabía que se creían superiores a nosotros, pero que fuéramos tan idiotas como para ponernos en bandeja... eso era demasiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario