Mi médico de cabecera, por llamarlo de algún modo, se adelantó.
-Te vas, no hemos podido hacer nada -se encogió de hombros, como si realmente le importase mi partida, aunque a mí todavía me quedaba por agotar la sorpresa que me había causado esto.
El resto del equipo médico me miró por encima de su hombro, esperando una respuesta por mí parte, algo que no iba a pasar.
Me limité a sonreír y empecé a caminar de nuevo, esta vez, hacia la salida.
Uno de los guardaespaldas se me adelantó y me abrió la puerta que daba a la calle. Me paré, intenté mantener la calma, llevaba cinco años esperando este momento y después de tanto luchar, daba la ironía de que eran ellos mismos los que me abrían la puera hacia mi libertad.
Adelanté un pie y después el otro, me detuve en la salida, cerré los ojos y respiré hasta que los pulmones parecieron que me iba a estallar, sentí como el aire puro llenaba mis pulmones e hinchaba mi pecho, después de tanto tiempo de no salir al exterior, parecía como si volviera estar en casa.
Solo que no era tan bonito como recordaba. Miré a mi alrededor, todo estaba tranquilo, en paz, como se suponía que debía ser para los invasores. Había gente paseando apaciblemente por la calle, saludándose unos a otros cuando se encontraba, cediéndose el paso, paseando el perro, etc.
Pero mi destino era otro. Un todoterreno grande e imponente, creo que sería un Dodge Nitro por su forma cuadrículada, de color negro, nos esperaba en la entrada para vehículos del hospital. A ambos lados de la puerta trasera, donde iría yo durante el viaje, se encontraba otros dos encargados de seguridad, que seguramente irían en el sedán que estaba aparcado detrás del todoterreno. Se estaban tomando muchas molestias para trasladarme.
Por un momento, tuve miedo. Había visto traslados de otros experimentos antes, simplemente llegaba un coche, lo metían dentro y los demás lo veíamos desaparecer hasta que el coche se perdía entre el tráfico de la carretera.
El guardaespalda que estaba a mi izquierda hizo un pequeño gesto con la mano para indicarme que me adelantara y empezara mi camino hacia el todoterreno.
Recogí mi maleta del suelo y empecé a caminar a lo que seguramente podría ser mi próximo hogar, sino conseguía escaparme, aunque dada la seguridad con la que contaba, dudaba mucho que aquellos que llevasen todo esto de la investigación desde que la Tierra había sido invadida quisiesen deshacerse de mí tan fácilmente, aunque yo tuviese otra cosa en mente.
Me dirigí al coche, donde uno de los guardaespaldas nuevos, no tan altos como los del hospital, pero estaba segura que igual de entrenados o incluso mejor aún, me abrió la puerta y ni siquiera me miró de reojo cuando me impulsé para subir en su interior. Ya dentro y perfectamente acomodada, los guardas que siempre había conocido del hospital se acomodaron cada uno a mi lado, dejándome a mí en el centro, sin posibilidad de escapar cuando el coche se pusiera en marcha.
Los asientos del coche eran de cuero beis, parecían cosidos a manos y con pieles de primera calidad y tan cómodos que podría domirme en ellos sin levantarme después con dolor de espalda, puede incluso que fuese más cómodo que la cama que había tenido en mi habitación del hospital, algo que también me hizo pensar en que incluso ahora, los poderosos no hacían recortes en cuanto sus comodidades, por lo que tampoco habíamos cambiado tanto, después de todo.
Cuando los nuevos entraron en el sedán, aunque fue cuando me metí dentro del coche cuando me di cuenta de había otro sedán delante de nosotros y fue el que abrió la marcha para salir del hospital mientras me giraba para ver como su fachada blanca y gris por el deterioro de los años desaparecía de mi vista. Fue entonces cuando me acordé de que la habitación de Matthew y 14 -del que después de tanto tiempo no había adivinado su nombre y el cual me gustaría saber- daba a la calle y podía estar viéndome partir desde allí.
Miré hacia arriba y efectivamente, me los encontré mirando por la ventana blindada y con seguridad suficiente para que ellos no se escaparan. Cuando se dieron cuenta de que los estaba mirando, me sonrieron y alzaron las amnos, despidiéndose de mí, pero hubo algo en la mirada de 14 que me inquietó, sé que había prometido que me ayudaría a escapar, pero después de lo que había escuchado detrás de la puerta y del modo en que me lo contó, no sabía si confiar por completo en él o dejarme llevar por el miedo. También estaba que durante toda mi vida, sobretodo después de la invasión, había sido la orden del día no confiar en nadie y menos aún en aquellos que insistían en ser tus amigos, había aprendido a defenderme en este mundo desconfiando de todo el mundo, por eso, en el mismo momento en el que alguien me ofrecía su confianza sin venir a cuento o después de que descubriese algo malo, mi instinto saltaba y hacía que las alarmas se pusieran a aullar como locas.
Pero no pude evitar, al menos por Matthew, sonreír y despedirme de ellos hasta que los perdí de vista.
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