Corría con todas mis fuerzas. Con las botas colgadas del cuello y con los pies descalzos sintiendo el frío de las piedras y la tierra fresca que habían escondidas bajo las hojas. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan en contacto con la naturaleza, algo que me estaba sentando bien, ya que corría libre y no me cansaba, me gustaba sentir como el aire frío de la noche entraba en mis pulmones y me daba más fuerzas para continuar corriendo durante toda la eternidad. Había dejado atrás el coche hacia mucho tiempo y lo único que me recordaba a la civilización era la maleta de mi padre que me golpeaba el muslo al correr.
El bosque estaba en pleno otoño, con montañas de hojas de colores doradas inundando el suelo con su mar dorado.
El correr por el bosque en libertad, sin que nadie me dijese a donde tenía que ir ni cuando tenía que parar era maravilloso. Ya casi había olvidado como era sentir el crujir de las hojas otoñales bajo mis pies descalzos, respirar el aire fresco y que éste llenase mis pulmones con cada inhalación.
Cada cierto tiempo, miraba por encima de mi hombro y esperaba no ver a varios hombres vestidos de traje persiguiéndome, mi pecho ardía cada vez que pensaba en que podía no haber despistado a los guardas como para ocultar mis huellas y poder escapar de ellos.
La vegetación del bosque era cada vez más tupida, aunque la luz de la luna seguía filtrándose a través de los árboles ya escasos de hojas por lo avanzada de la estación. Llevaba varias horas corriendo.
El aire fresco me llenaba los pulmones y me hacía sentir libre después de tanto tiempo encerrada en el hospital, correr me llenaba de energía y por cada paso que daba me llenaba de una inagotable que aunque estuviera un milenio corriendo, seguiría sin agotarse. Las botas me rebotaban en el pecho, donde los cordones me tiraban del cuello. Las suelas de cuero duro me dolían cada vez que chocaban contra mis clavículas. Trotaba cada vez que escuchaba un ruido extraño, pero solía ser algo sin importancia y seguía corriendo con todas mis fuerzas para poner aún más distancia entre los invasores y yo y poder internarme aún más en el corazón del bosque.
Ver todo el bosque en total silencio a mi alrededor me reconfortaba, pero sabía que de un momento a otro tendría que parar para encontrar comida y descansar, llevaba corriendo un par de horas desde que había anochecido y no había visto ni oído a ningún guardaespalda ni coche, ni nada que me diese a entender que me estaban buscando aquí.
Subí hasta a una colina despejada de árboles grandes y frondosos que poblaban todo el bosque, en su lugar, la colina estaba coronada por una construcción de roca en forma de cueva que daba cobijo en su interior bajo una especie de roca plana y enorme, solo cuando me acerqué lo suficiente como para ver el interior, me di cuenta de que yo no era la primera que utilizaba esa cueva al aire como refugio para pasar la noche, las cenizas frías y removidas por el viento al igual que unas piedras inexistentes me dieron a saber que fuera el que fuera que estuvo aquí, hacía tiempo que se había ido y que no iba a volver.
Me senté en el interior de la cueva, justo al lado de donde habría estado encendida la hoguera, yo no podía permitirme el lujo de encender un fuego para calentarme, de todas maneras, no podría quedarme durante mucho tiempo, en cuanto hubiese descansado un poco volvería a las andadas, cuando más lejos estuvise de los invasores, mejor.
Lo primero por lo que me tenía que preocupar ahora el conseguir comida, agua y armas. Sin ellos no podría sobrevivir y tampoco podría defenderme en caso de encontrarme con uno de los ladrones de cuerpos, algo que esperaba que no sucediese hasta dentro de mucho, después de cinco años encerrada en el hospital me apetecía estar una buena temporada sin tener que encontrarme a la cara con ninguno de ellos, y si tenía la mala suerte de encontrarme a alguno, bueno, ya vería como me las arreglaba para deshacerme del cadáver.
Pasé la noche en la cueva, casi sin dormir sino dando cabezadas de no más de unos pocos minutos, sabiendo que podía aparecer un enemigo o un animal salvaje en cualquier momento, movido por el deseo de conseguir una cena de forma fácil.
Cuando el alba alcanzó la sombra de la cueva, yo había conseguido dormir diez minutos seguidos, algo nuevo después de la larga noche que había tenido que aguantar con los aullidos lejanos de los lobos y de alguna que otra ave que habia en los alrededores.
Me levanté con un fuerte dolor de espalda, dado que había estado apoyada en la apred de roca de manera incómoda intentando buscar el momento de dormir más de cinco minutos seguidos, algo que solo había conseguido al final de la noche, cuando todas las fieras nocturnas del bosque ya habían conseguido su almuerzo y habían vuelto a su madriguera.
Me levanté lentamente, yendo despacio hacia la salida de la cueva, donde podría estirarme después de toda una noche encogida en el interior de esta intentando conservar algo de calor corporal para resguardarme del frío glacial que había en el bosque. Me estiré como un gato cuando el sol me dio de lleno en los ojos, algo molesto después de haber pasado toda la noche en vela vigilando si algo se movía en la oscuridad. Miré alrededor, convenciéndome, o al menos intentándolo, de que los invasores no me habían encontrado y que no me encontraba en una de sus trampas en estos momentos.
Cogí la maleta que había dejado a un lado, lo suficiente cerca de mí para que un animal ladronzuelo no se la llevase mientras yo daba cabezadas.
Bajé la colina y me dispuse a seguir el camino que habñia sido interrumpido al ponerse el sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario